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El txakoli de Getaria es el resultado de emigraciones tozudas. Algunas vides de las llanuras soleadas de Aquitania arraigaron en nuestras colinas costeras de niebla y salitre, y dieron poco a poco este vino cantábrico, vino de balleneros y marinos, vino difícil de creer. Durante ... siglos tuvo mala fama. En 1698, el obispo de Calahorra lo describió como «vino flaco, débil, crudo y con punta de ácido», y ordenó que en las misas vascas solo se emplearan vinos de Rioja, Castilla o Navarra. En 1520, María de Arranomendi reclamó al rey que le pagara los mil quinientos litros de «vino chacolín» que había suministrado siete años atrás a las tropas acantonadas en Donostia. Su denuncia registra por primera vez la palabra 'chacolín'. El historiador Alberto Santana recuerda que en esa época estaba reciente la expulsión de los judíos, que solían dedicarse a la viticultura y recitaban esta bendición antes de beber: «Shehakol nihyah bidvaro». Ese 'shehakol nihyah' suena tentadoramente parecido a la pronunciación vasca 'txakoliña', esa palabra tan nuestra, o tan de aquellos que también eran de los nuestros hasta que los expulsaron. En la década de 1970, cuando este vino flojo iba menguando hacia su extinción, los Etxaniz fueron a la región de Champaña, se empaparon de los conocimientos de la enología francesa y refinaron el txakoli hasta convertirlo en ese vino tan apreciado hoy. Lo que hacemos nosotros aquí suele mejorar cuando lo mezclamos con lo que hacen otros allá.
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