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El 24 de febrero, el día que cambió el mundo, entraba en un quirófano. Lo que debiera haber sido, unas horas después, un despertar agradable, incluso chistoso, fue una pesadilla. En la tele de la habitación sonaban, bombas, explosiones, Rusias, Zelenskis. Y duró horas, días ... después de salir del hospital, meses. ¿Sigo anestesiada?
El tendón del hombro se iba curando y como recuerdo solo me quedó un brazo en cabestrillo pero el delirio ha continuado. ¿Ratas en Alderdi Eder corriendo entre niños y jardines? No, debe ser un delirio también como eso de que los mejores jugadores de fútbol compitieran por el Campeonato Mundial en un país como Qatar mientras oigo entre sueños que ha habido miles de muertos en el país y que un colega suyo, futbolista de Irán, ha sido condenado a la horca por el delito de «enemistad con Dios», por apoyar las propuestas de las mujeres de su país.
En la modorra de un largo aperitivo dominguero coincido con una conspiranoica -término recién admitido por la RAE- que me comenta con todo su papo que la mujer de Pedro Sánchez nació hombre y que le llaman Begoño. Después me mira con esa cara de desprecio que nos ponen a los periodistas cuando «no sabemos algo». ¿Cómo es posible que tú, que te dedicas a la profesión, no lo sepas? «Solo tienes que mirarle las manos». Hoy todavía, meses después, veo y oigo cosas en este aciago 2022 que me parecen fruto del delirio anestésico. No sé cuándo se me va a pasar porque el tendón lo tengo bien.
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