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Al final de cada etapa, la RAI televisaba una tertulia entre los ciclistas del Giro y algún escritor, filósofo o cineasta. Vittorio Adorni preguntó a Pier Paolo Pasolini si creía que los corredores se limitaban a pedalear o si entre ellos podría encontrar historias dignas ... de sus libros y películas. A Pasolini le acababan de conmover el rostro y las palabras del ciclista Taccone, sumido en una depresión tras la muerte de su hija.
Adorni, fallecido la pasada Nochebuena, era un ciclista de preocupaciones artísticas. En el Giro de 1965 atacó en un descenso alpino bajo el aguanieve sin ninguna necesidad, porque ya llevaba la 'maglia' rosa con siete minutos de ventaja, o con la necesidad de crear una obra memorable. Mientras atravesaba puertos en plena tormenta, el periodista Raschi le preguntó desde el coche en qué pensaba: «Me da rabia no saber cantar». Y tarareó la marcha triunfal de Aida.
En 1968, en la columna que escribía para La Repubblica, Adorni describió la tristeza de su jovencísimo compañero Eddy Merckx mientras guardaba en la maleta esa maglia rosa que él le ordenó ceder porque la había conquistado demasiado pronto. También le mandó parar cuando se escapó en el inicio de la etapa decisiva. Merckx, picado en su orgullo, simuló un pinchazo, guardó fuerzas y acabó ganando el Giro en las Tres Cimas de Lavaredo. «Solo pude enseñar una cosa a Merckx: a ir más despacio». Pero ese año Adorni ganó el Mundial con una fuga de doscientos kilómetros: «A veces hace falta un punto de locura».
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