Encerrado de nuevo en mi ciudad, con buses repletos, oficinas atestadas y prohibiciones de pasear por el monte vecino, recuerdo con envidia que Groenlandia está dividida en cinco municipios: algunos son más grandes que España y tienen tantos habitantes como Hernani. Los 56.000 inuit ... ocuparían la mitad del Camp Nou. Ese es el equivalente demográfico de Groenlandia: el público de un Barcelona-Leganés. Allí podríamos viajar en trineo sin cruzarnos con nadie, almacenar las vacunas al aire libre, teletrabajar desde el iglú y responder en la playa a la tele local: «Me baño todos los días entre icebergs y no pillo ni un catarro».
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Hace años, cuando unos aventureros de 'Al filo de lo imposible' pretendían cruzar la isla a bordo de un catamarán impulsado por cometas, cierto periódico deportivo tituló: «¡Atrapados en Groenlandia!». Pasé las páginas con angustia y leí que por culpa del mal tiempo... los expedicionarios no habían podido salir del hotel. Yo también estuve atrapado en Groenlandia, con mis amigos Iztueta y Burgui. El avión de regreso no podía atravesar la borrasca y pasamos tres días en un hotel en medio del hielo, a cuenta de la compañía aérea, jugando partidillos de fútbol contra los operarios inuit en la pista de aterrizaje, viendo el Giro en la tele y, una vez agotadas la historia y la antropología, leyendo un libro de Nuria Roca sobre sexo que apareció por allí (!). En fin, suspiro: he tenido libertades peores que algunos confinamientos.
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