Jerri Nielsen, doctora de la base estadounidense en el Polo Sur, se detectó un bulto en el pecho durante el invierno de 1998. En seis meses de oscuridad absoluta y 60 grados bajo cero, resultaba imposible que aterrizara ningún avión de socorro, así que se ... hizo una biopsia, se diagnosticó cáncer, dio el aviso por correo electrónico, le lanzaron medicinas en paracaídas y se aplicó quimioterapia hasta que la rescataron.
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Si en Madrid tienen un hospital de pandemias Isabel Zendal, por qué no otorga Osakidetza un premio Nielsen al enfermo más autosuficiente, pensé cuando nos prescribieron autodiagnóstico, autorrastreo, autocuidado, autoconfinamiento y demás autos de choque. Con la atención primaria recortada en plena pandemia, el personal médico exhausto, los hospitales recargados por la irresponsabilidad de quienes rechazan vacunarse y con mi humor tendiendo al melodrama -porque ya he perdido la esperanza de que algún médico me mire estas amígdalas inflamadas y no sé si rebanármelas con el cuchillo de carne o el de pescado-, las recomendaciones de Osakidetza me recordaron a Nielsen. Y a Aron Relston, el montañero que se amputó el brazo con una navaja para liberarse de una roca. Y al superviviente del avión uruguayo caído en los Andes que se extrajo un tubo incrustado en los intestinos. Estupendos pacientes, que se trataron a sí mismos sin molestar a nadie. Yo ya me conformo con que no extiendan el modelo de '¡Viven!' a la dieta hospitalaria.
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