Caminé de Tudela a Valtierra por la orilla del Ebro, cuatro horas por los bosques de ribera más frondosos y sonoros del río. Una delicia. Para volver al punto de partida hice autostop y confirmé la teoría que solté aquí hace dos semanas: solo paran ... los currelas.
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Primero me recogió una camioneta. Conducía Rachid, un transportista argelino que trae y lleva cargas por toda la Ribera navarra. Me preguntó por mis andanzas, le dije que estaba preparando un reportaje y enseguida me enseñó un carné muy viejo con su foto muy joven: un pase oficial de prensa de Argelia, de 1991. Rachid es periodista pero se fue de su país en 1994, en plena guerra civil, y se instaló en Navarra. Echa de menos el periodismo. Le apasionaba su trabajo en una redacción. Pero lo primero era sacar adelante a su familia, así que se instaló donde mejor pudo, empezó a trabajar en mil chapuzas y acabó montando su propia empresa de transporte. Me dijo que le iba muy bien.
En otro cruce me recogieron dos chatarreros de Valtierra. Iban con prisa, me dijeron, porque los gitanos están bien organizados y se les suelen adelantar cuando hay una buena carga. Aun así, pararon a recogerme. Me contaron una aventura nocturna en las Bardenas, cuando guiaron a un periodista que buscaba en secreto los restos de un caza estrellado y encontraron la caja negra. Al dejarme en Tudela uno de ellos me preguntó: «¿Y a ti te da mucho la locura esta de andar?». Poco me da, para tanto que saco.
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