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Pienso cosas que luego pasan. Llámalo intuición. En mi caso es tan escandaloso que cuando ocurren, dudo si es un estigma o una casualidad. Como cuando dices que hace tiempo no ves a una persona y a la vuelta de la esquina te das de ... bruces con ella. Otro ejemplo, este es más jodido: Pones el lavavajillas y piensas «qué bien me ha salido este trasto», pues fijo que al día siguiente tienes que llamar al técnico o comprarte uno nuevo. Por no hablar de si te haces una heridita en el dedo y todas las rozaduras, golpes y fricciones van ahí, justo ahí. Ni más arriba ni más abajo. Es inquietante, tío, no hace falta que me lo expliques. Es así y ya está.
La misma fatalidad me ha ocurrido con Almodóvar. Antes de que ganara el León de Venecia, leí en este DV que Bardem recibiría el premio Donostia que no pudo recoger el año pasado y pensé «Qué coñazo, hemos pasado de la tribu Almodóvar al clan Bardem. Todos los años el mismo raca raca». Pues fíjate que esta edición no me libro de ninguno de los dos. Si no quieres taza, taza y media. Y Penélope de guinda del pastel. Los tres bajo palio por la alfombra roja. Por cierto, o haces juego con el color de la alfombra o no desfilas. De acuerdo que Bardem es un buen actor. Pero cómo renta en este país y cómo mola ser cinéfilamente progre cuando se te acaban las ideas. Todos sabemos que lo de Almodóvar fue bello mientras duró. Ahora es lo que es. Desengáñate, nada es lo que era.
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