Son un enemigo invisible al ojo humano. Son necesarias para vivir como vivimos, pero a la vez, algunas, pueden resultar muy dañinas. Las bacterias, esos microorganismos unicelulares vivos que tienen la capacidad de hacerse resistentes a los antimicrobianos porque tienen que defenderse, están en todas ... partes. No hay lugar por el que no transiten.
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Viven y sobreviven porque son ubicuas y cuando salen de su reservorio, el lugar donde se reproducen y viven de forma natural, es cuando se vuelven más peligrosas. Pueden estar en superficies, en el suelo, dentro y fuera de casa, en el agua potable que bebemos pero también en los animales, plantas, seres inanimados y, sobre todo, en el cuerpo humano donde conviven con nosotros de forma natural.
Hoy, ochenta años más tarde de que se descubriera el primer antibiótico que marcó un antes y un después en el porvenir de la sociedad y de la ciencia reduciendo de forma muy importante la mortalidad por causa infecciosa, se cuestiona la toma excesiva de antibióticos que ha derivado en la aparición de resistencias.
La resistencia a los antibióticos no es baladí. Las enfermedades infecciosas son ya la segunda causa de muerte a nivel global y dentro de ellas un apartado importante es el de las infecciones causadas por bacterias resistentes a los antibióticos. De hecho, según las previsiones de la Organización Mundial de la Salud, en 2050, las 'superbacterias' provocarán más muertes que el cáncer. Las bacterias multirresistentes causan 33.000 muertes al año en Europa y generan un gasto sanitario adicional de unos 1.500 millones de euros. Numerosas agencias y organismos llevan tiempo avisando de que se trata de una de las mayores amenazas para la salud mundial. De hecho un creciente número de infecciones, como la neumonía, la tuberculosis, la septicemia o la gonorrea, son cada vez más difíciles —y a veces imposibles— de tratar, a medida que los antibióticos van perdiendo eficacia.
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Los pronósticos no son alentadores, pero todavía hay esperanza. «No hay duda de que es un problema de salud pública, pero no es nuevo. Lo que pasa es que las consecuencias pueden ser todavía mayores a las que hay ahora. Muchas resistencias a los antibióticos existían antes de que se hubiera descubierto o fabricado el principio activo, pero desde la comunidad científica llevamos tiempo desarrollando estrategias para controlarlas con nuevas dianas o con combinaciones de antibióticos que podemos manejar actualmente», explica Dr. Diego Vicente, jefe del Servicio de Microbiología del Hospital Donostia.
-¿En qué momento una bacteria se convierte en patógena?
-Algunas bacterias, por sus características, son directamente patógenas, y al entrar en contacto con el hombre causan enfermedad. Pero la mayoría no lo son, y muchas de ellas conviven en el cuerpo humano, siendo necesarias para el normal funcionamiento de las personas. La resistencia a los antibióticos no hace que una bacteria se vuelva más agresiva, sino que se convierte en más difícil de eliminar. La naturaleza de las bacterias es muy compleja y no solamente pueden adquirir el mecanismo de resistencia porque muta su propio genoma, sino porque tiene capacidad de relacionarse con otras bacterias y transmitir los mecanismos de resistencia de una bacteria a otra, de la misma especie o de especies diferentes.
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- ¿Por qué la resistencia pone en peligro la vida humana?
-Porque hace que determinadas infecciones causadas por bacterias resistentes, sean muy difíciles de tratar. Además, esta resistencia se puede trasladar a otras bacterias, mediante mecanismos de recombinación genética, lo que tiene unas consecuencias epidemiológicas muy importantes. Cuando una población muy grande de bacterias es expuesta a un antibiótico, lo que sucede es que el antibiótico actúa sobre las bacterias en sí y aquellas que naturalmente son resistentes no se verán afectadas. Y por lo tanto estas bacterias resistentes luego pueden prosperar, expandirse, crecer, multiplicarse y ser dominantes y complicar la vida de los hombres».
Para la comunidad científica las bacterias son viejas conocidas, los investigadores saben bien cómo funcionan y llevan años intentando dar un paso de gigante y frenar la resistencia a los antibióticos. De hecho, aunque todavía en fase experimental, ya se están realizando trabajos con fagos. «Son una manera de combatir las resistencias en base a la introducción de secuencias genéticas en determinados virus. Por ahora, es una línea prometedora para algunos tratamientos pero todavía experimental», apunta. Pero la guerra la siguen ganando los microorganismos «porque siempre van un paso por delante».
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Si algo destaca en las bacterias es su capacidad de adaptarse y sobrevivir en condiciones desfavorables. Pueden crear una nueva generación de bacterias en poco tiempo y esto se traduce en que en pocos días las bacterias sensibles pueden ser sustituidas por las resistentes.
«Por poner un ejemplo, un virus como el coronavirus ha sido un problema. Yo lo calificaría como el mayor evento sanitario de la humanidad de los últimos tiempos. Pero un virus tiene un genoma que tiene 50.000 nucleótidos y una bacteria de 2 a 4 millones de nucleótidos. Es un organismo muchísimo mayor, mejor dotado y con muchas posibilidades de causar problemas a las humanas».
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Para ello están los antibióticos que son muy eficaces para tratar las infecciones bacterianas pero abusar de ellos tiene consecuencias. «Hay determinadas bacterias que adquieren un nivel de resistencia que no pueden ser tratadas con ningún antibiótico, o de forma muy limitada con antibióticos, y esto es un problema que aquí, en Gipuzkoa, está apareciendo pocas veces pero que existe», apunta.
La globalización, que hace que la gente se mueva, tampoco ayuda. Uno viaja pero también se trasladan e importan los mecanismos de resistencia. «Se sabe por ejemplo que los suecos cuando viajaban a la India de vacaciones su intestino volvía colonizado con bacterias resistentes. Entonces no solamente vienen personas aquí, sino que cualquiera que viaje a determinados sitios también puede volver con bacterias resistentes», detalla.
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En Gipuzkoa, gracias a la vigilancia microbiológica que se realiza desde hace años y a los programas para el buen uso de antibióticos implantados por profesionales de distintas especialidades en Osakidetza, «la situación es buena, cuando la comparamos que el resto de España y Europa». El mapa epidemiológico de Gipuzkoa no es el mismo que el de otras comunidades. «El problema de resistencia no afecta a todos por igual y aquí vive una situación mejor porque históricamente ha habido una cultura, una promoción del cuidado de las resistencias y unos hábitos de uso de antibióticos bastante razonables». Aún así, advierte, que «la situación puede cambiar rápidamente si no se mantienen las medidas adecuadas».
En el Servicio que dirige Vicente trabajan cerca de medio centenar de personas entre facultativos, técnicos, y residentes en formación. También cuenta con tres microbiólogos en tres hospitales comarcales. Entre todos, realizan el diagnóstico microbiológico a más de 600.000 personas en Gipuzkoa. «Cada día, se analizan más de 1000 muestras, lo que permite monitorizar con bastante precisión la evolución de las resistencias antibióticas en nuestro terriorio», precisa.
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La resistencia de las bacterias a los antibióticos tampoco es un problema exclusivo de los hospitales, sino que afecta a toda la comunidad. Si bien es cierto que «la ratio de antibióticos que toma una persona en un hospital es muchísimo más alta y el riesgo que uno tiene de desarrollar una infección por bacterias resistentes en un hospital es mayor porque individualmente es mayor, pero comunitariamente el problema tiene otra dimensión mucho más importante», apunta. Además, Vicente explica que el «90% de los antibióticos se están consumiendo en la comunidad. Y es muy importante que tanto los médicos de la Atención Primaria como los pediatras sepan manejar esto y sigan las recomendaciones».
1. Úsalos correctamente: El uso inadecuado en personas y animales puede hacer que las bacterias se vuelvan resistentes a futuros tratamientos
2. Tómalos cuando sea necesario: Sigue las recomendaciones sobre cuándo y cómo usarlos
3. No sirven para resfriados ni gripe: No curan infecciones causadas por virus. No son analgésicos y no alivian el dolor o la fiebre.
4. Automedicación en animales: El veterinario es quien decide el tratamiento.
Gracias a esa colección de bacterias en el Hospital Donostia consiguen tener una fotografía muy precisa de cómo son los microorganismos de nuestro entorno. «Más allá del beneficio individual que hacemos dando un resultado en un informe el beneficio es global», añde. Aún así, el especialista insiste en que se debe realizar un esfuerzo conjunto por parte de la sociedad en general porque es un problema de salud global, en el que están implicados los pacientes, todo el personal sanitario, la industria farmacéutica, la ganadería y veterinaria.
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Entre las acciones que se pueden llevar a cabo para combatir este problema es «mejorar el uso que hacemos de los antibióticos. Se deben seguir las recomendaciones de la OMS e impulsar los programas puestos en marcha por el Ministerio de Sanidad, que en nuestro entorno llevan funcionando desde 2013, liderados por infectólogos, farmacéuticos y microbiólogos. Desde prohibir la administración sin receta en las farmacias, que ya se hace en Euskadi desde hace años, hasta limitar su uso en agricultura y ganadería o mejorar su uso en medicina», enumera. Y es que cuando una toma un antibiótico no sólo nota su efecto la persona que lo ingiere, sino también la naturaleza. «Porque puede llegar a cualquier sitio sin que lo hayamos tenido en cuenta inicialmente», sostiene.
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