Cuántas veces les hemos dicho a esos ineptos y ociosos funcionarios de la UE que dejen de tocarnos las narices con el cambio de hora. Si no saben qué hacer con su tiempo y nuestro dinero que se prejubilen. Seguro que tienen unos planes de ... pensión acojonantes. Pero les da igual. No nos ven, no nos oyen, no saben que existimos. El argumento del ahorro de energía es tan cuestionable como la llegada del tren de alta velocidad a San Sebastián. Cada país europeo puede decidir su horario oficial. Esto sí que merece un referéndum y no otras soplapolleces utópicas.
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La única evidencia palmaria es que el cambio de hora aumenta la mala leche. Como si tuviéramos poco con la astenia primaveral, la crispación social y la polarización política. Menos mal que el fútbol me la sopla. No sé de qué va el rollo de Rubiales, pero no pienso ocuparme de sus presuntos contubernios caribeños. No me da la vida para tanto chanchullo. Todo esto me está afectando. Veo los informativos en trance repitiendo obsesivamente «el cielo está enladrillado, quién lo desenladrillará, el desenladrillador que lo desenladrille buen desenladrillador será». Voy a pedir asilo político en otra sección de este DV. Me gustaría escribir sin complicaciones ni responsabilidades. Algo fútil, cool y glamuroso. Gastronomía, por ejemplo. Claro que ahí no tendría credibilidad. No como carne, ni pescado (solo marisco) tampoco gluten, ni dulces, ni lácteos. Lo tengo crudo, tío. Nunca mejor dicho.
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