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La noticia de esta semana te hiela la sangre en las venas. El rey emérito demanda a Miguel Angel Revilla, por haberle acusado de ser ... un chorizo, un fugado y un delincuente fiscal. Así, sin anestesia, tío. En este mundo globalista ya nada es lo que era y los reyes menos que nada. Ningún tribunal de justicia ha condenado al emérito, pero ni puta falta que le hace a un antiguo falangista de pelo en pecho como Revilla, reconvertido en político progresista, populista, liberal, abuelo cebolleta ávido de protagonismo o llámalo como quieras. Pero eso sí, que por encima de todo ama la libertad de expresión.
Me alegro, agradecerá leer esta columna. Aunque solo sea para recordar al ínclito ex presidente cántabro la bronca que le montó a un periodista por preguntarle por el puro que se fumó en un restaurante en plena pandemia. Nadie es perfecto y la naturaleza humana es frágil. Sobre todo, si se trata de juzgar a los demás y mirar la paja en el ojo ajeno. O cuando confundimos el honor, la honra y la fama. El honor es una cualidad moral y un atributo inherente a la persona. La honra la determinan las leyes y la fama te la atribuyen los demás en base a su discernimiento, criterio o capricho. Pero seamos empáticos. El fin de una amistad siempre es muy triste. El oráculo Revilla ha reconocido contrito de dolor, que tenía en un pedestal a su ex amigo Juan Carlos y ha sido la gran decepción de su vida. Que no tengas otras peores, colega. Así te lo digo.
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