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Me gusta comer las lentejas y los garbanzos con tenedor. Después rebaño el agüilla y los restos de verduras con la cuchara. Quizás sea una rareza patológica, pero ya sabes que me acepto como soy. Dirás que esta chorrada de las lentejas no le interesa ... a nadie y que digiera mis traumas de infancia como pueda, que de traumas ya vamos todos bien servidos. Tienes razón. El chascarrillo gastronómico ha sido una salida de emergencia, una válvula de escape, un contar hasta cien, para no soltar aquí todas las obscenas barbaridades que me pide el cuerpo, al comprobar a qué grados de bajeza y degradación puede llegar política nacional.
Podía haberme ahorrado todo lo anterior citando un aforismo cultureta: «Por el análisis, a la parálisis». O sea, cuando los acontecimientos superan, exceden y desbordan la lógica, la ética, la estética y el sentido común, no reflexiones, no analices, no pienses, el que piensa, pierde. Se te puede quedar cara de imbécil, de acuerdo, pero no te va a ver nadie, qué más te dará, diría Patxi López. Cuando el pifostio político de mentiras, manipulaciones y desbarres alcanza cotas tan estrambóticas y acojonantes como las actuales, tienes dos opciones. Una, creerte lo que te cuenta Marlaska de los estándares de honestidad de este gobierno en el cese-dimisión de la intachable directora de la Guardia Civil. O dos, echarte al monte de una puta vez. Es lo mismo que cuando no sabes si tirarte al tren o al maquinista. Pues eso, tío.
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