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No sé dónde leí que la edad nos va poniendo en la línea de sucesión de la vida como si de una monarquía se tratara. ... De hecho, la mortalidad va a aumentar un 10% por década como consecuencia lógica de la mayor esperanza de vida y de que el riesgo de morir crece con la edad. En este contexto cierto, cada vez más personas quieren morir en paz. Decía Séneca que «a vivir se aprende toda la vida, y toda la vida se ha de aprender a morir». Nos desagrada pensar en la muerte, pero una reflexión profunda e íntima ayuda a una despedida elegante. M. Ignatieff dedica un capítulo de su obra 'En busca de consuelo' a la doctora C. Saunders, pionera de los cuidados paliativos (CP) que impulsó la idea de que el buen morir necesitaba la aplicación conjunta e integral de los avances médicos en el tratamiento del dolor y del cuidado humanitario del paciente. Un entorno amable concede al moribundo el tiempo necesario para reconciliarse con la vida y afrontar el adiós con serenidad. Según Ignatieff, «las últimas horas vienen marcadas por la preocupación por los hijos y los asuntos financieros que precisan de un asesoramiento específico que el paciente y la familia agradecen». Se echa una mirada angustiosa a la vida y afloran remordimientos y culpas por actos y omisiones, a veces lejanos en el tiempo, pero igualmente dolorosos. También lo hacen los momentos de felicidad que ahora causan desazón porque ya no volverán. La escucha por parte de los seres queridos y de profesionales es imprescindible para atenuar esta zozobra y morir con todo en orden, con paz. Es el paradigma del consuelo, del alivio acompañado, que Ignatieff resume en una frase: «Solo podemos recibir consuelo en estas horas si no perdemos la esperanza de dar sentido a nuestra muerte a los ojos de los que amamos». La función ha terminado, pero transmitir el legado personal o, sencillamente, dejar un buen recuerdo es una forma de que perdure.
La medicina trabaja por conseguir una buena calidad de vida que debe incluir el proceso hacia la muerte. Los CP cubren el hueco que deja la medicina tras agotar los recursos técnicos para salvar la vida de un paciente (en casos concretos, acompañan a otras terapias desde el momento del diagnóstico). La lógica de los CP difiere del razonamiento clínico habitual. Además del seguimiento fiel de las últimas voluntades, buscan el confort físico y psíquico de quien está pasando el trance a través del equilibrio entre decir la verdad y consolar. Es un tema delicado para el que nadie está preparado y que requiere sensibilidad. Al final, quien mejor conoce al paciente suele tener la mejor respuesta. Esto exige la connivencia consensuada entre el personal sanitario y la familia. El primero quiere actuar bajo los principios éticos y profesionales para evitar el encarnizamiento terapéutico y aliviar una agonía irreversible. La familia debe comprender y aceptar que la muerte no es un fracaso de la medicina, sino una parte irrevocable de la vida, algo que no siempre es fácil. La sociedad guipuzcoana tiene la inmensa fortuna de contar con un magnífico servicio público y con muchos compañeros vocacionales, como los promotores de la ONG Paliativos sin Fronteras, que ayudan a morir en paz y trabajan por que los CP se consideren un derecho esencial. Son dignos de alabanza y de gratitud.
Saunders fue muy crítica con la eutanasia. Consideraba que traicionaba el juramento hipocrático y que los pacientes que la aceptaban, sucumbían al autoengaño de que les esperaba una dependencia degradante y dolorosa. Defendía el argumento, hoy más vigente si cabe, de que con los medios disponibles no tenía por qué haber sufrimiento. Era su opinión sobre un tema complejo que cambia con el tiempo y requiere un debate sosegado por sus aristas éticas, religiosas y médicas. Dicen que se nace y se muere solo, pero, aunque la muerte se vea como algo íntimo y personal, es uno de los momentos más públicos y sociales de nuestra existencia. Casi nunca la muerte se viene tan callando como escribía J. Manrique en las 'Coplas por la muerte de su padre'.
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