Aña Andizabal maneja en la Agustinen Borda de Sara las napas de lino formadas por las fibras de la planta tras su paso por la cardadora alsaciana de los años 30. Lobo Altuna

En busca del lino nunca del todo olvidado

Investigadores, diseñadores, profesores de universidad y cultivadores reivindican la fibra neolítica

Begoña del Teso

Sara/Zizurkil

Domingo, 14 de octubre 2018, 12:32

¿Cuál puede ser el interés común que une al Departamento de Medio Ambiente de la Diputación Foral de Gipuzkoa y a Arantxa Garmendia, baserritarra y pedagoga, con la novísima área de Desarrollo Sostenible de Tknika, Centro de Investigación e Innovación aplicada a la FP, ... las escuelas agrícolas de Fraisoro, Derio y Arkaute y con Régis Ossaroleme, alcalde y agricultor de una pedanía de Orthez? ¿Con Birte Kurth, secretaria de la asociación artístico socio cultural Mestiza y tejedora; con la Fundación Emaús y con Benjamin Moutet, descendiente de finos hiladores, fabricantes vasco aquitanos de tejidos desde 1919, algunos de cuyos diseños decoran la Casa Blanca?

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¿Qué producto puede despertar el interés tanto de Ángela Goyoaga que participa en el programa foral Etorkizuna Eraikiz, es miembro de Impact Hub Donostia S. Coop, ese laboratorio de Emprendimiento e Innovacion Social, y creadora de Haiku·Futon, empresa dedicada al mundo del descanso, basada en muebles de madera maciza, futones o colchones de materias naturales, como de Mercatec S.L., compañía especializada en estudios sectoriales y de viabilidad de mercados?

La respuesta es el lino, una fibra que tiene un tremendo potencial de innovación y de aplicación a las necesidades tecnológicas, a los gustos y ensueños de este siglo XXI y al mismo una carga de tradición que llega a embrujar y a abrumar a quien la descubre porque, por ejemplo, no fueron las pescadoras y las cigarreras las únicas primeras mujeres libres de este país. 'Emakume askeak' se llamaba a las hilanderas vascas del lino que recibían al nacer una porción de tierra para sembrarlo, cultivarlo, tejerlo y comercializarlo.

Era un mundo donde el hombre no tenía permiso de entrada. En una de las fabulosas viejas fotografías conservadas por la familia Urdanpilleta-Larzabal se ve un puñado de mujeres hilando y solo un chaval; un chaval que tendría menos de 12 años pues a partir de esa edad no tenían permitido los muchachos entrar en el mundo de las mujeres del lino. Ah, la novia tejía una camisa, una 'atorra', al novio hecha con esa rica fibra. Se la entregaría el padrino unos días antes de la boda. Y tejía otra para ella. La estrenaría después de casada. Al pasar los años, las prendas de lino serían parte fundamental del testamento de esas mujeres.

Chicas, portugueses, alcaldes y corsarios en torno a una rueca

'La historia desconocida del lino vasco', el libro del historiador y antropólogo José Antonio Azpiazu editado por Ttartalo en 2006, se lee como si fuera una novela de aventuras y desventuras; de viajes, de empoderamiento, de brujería; de economía y finanzas, de geografía, de inventos, paradojas y mixtificaciones. En sus 155 páginas festoneadas de fotos antiguas e ilustraciones de los utensilios con los que la semilla portuguesa del lino se transformaba en tejidos que hoy llamaríamos 'técnicos', encontramos historias de alcaldes timoratos, de mujeres libres . Y de corsarios que consideraban la linaza gran botín. Muy grande.

El lino. El lino es el motor de una aventura de cultivo, diseño, comercio, tecnología y economía que empieza a tomar cuerpo en Euskal Herria y Aquitania. Profesores de la EHU/UPV como Gustavo Vargas, un ingeniero que investiga sobre nuevos composites biodegradables; especialistas en la madera y la electrónica como Aitor Martín que de alguna manera conseguirá adaptar a las dimensiones actuales de este proyecto las carísimas máquinas y herramientas canadienses necesarias para el procesamiento de esa semilla que, cuentan, es, será, capaz de sustituir a la fibra de vidrio y a la de carbono en entretejados, óptica o el mundo automotriz.

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En la vieja cardadora

Se está sembrando lino en Txoritokieta. En Zizurkil. En Pau. A las orillas del río Adour. Porque este es un proyecto transfronterizo liderado al otro lado del Bidasoa por Jean Marc Pecassou, profesor, emprendedor, gestor económico y sembrador al que apoyan, entre otros, Aitor Zubillaga y Aña Andiazabal, responsables de Iletegia, una tejeduría de lana de oveja (comprada a su justo precio a los pastores y ganaderos de la comarca de Sara y más allá) localizada en Agustinen Borda, no demasiado lejos del monte Larrun. Hace nada pusieron en marcha una antigua cardadora. En presencia de la gente ya citada y también de Nathalie Jaffré, representante de Inpector Cluzo, grupo de música que reivindica el rock de la granja y vive en una: Lou Casse, muy renombrada en la Gascuña.

La gigantesca máquina alsaciana de los años 30 sirvió para comprobar cómo respondía el lino a los primeros pasos de su transformación en tejido. Aquel día de agosto interesaba saber su comportamiento en la cardadora, la consistencia de su espesor y la uniformidad de su anchura.

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Lobo Altuna

Para el experimento se utilizaron tanto fibras de lino textil como de oleico. Cosa sabida es que existe aceite de lino. El 55% del peso de una de sus semillas es puro omega3. No es de extrañar que la gastronómica, la alimentaria, sea otra de las potencialidades que interesan y mucho en esta historia en la que también están implicados Enba, la organización agraria de los baserritarras profesionales de Euskadi, y los grupos Nerbreen y Logrotex. El primero estudia enriquecer piensos con dichos omegas. El segundo baraja el uso de la estopa o material de desecho del proceso de sacar la fibra, para hacer aislantes para los coches y el descanso.

Los más de 70 alumnos que el segundo martes de septiembre recogieron el lino que se había dejado a secar durante el mes de agosto en Fraisoro sabían bien que con el tiempo parte de esas fibras serán estudiadas y empleadas en AEG, la Escuela de Moda, Tecnología y Comunicación. Otra parte lo será en los institutos de cocina y hostelería. Porque del llamado 'Linum usitatissimum' todo se pudo usar en otros tiempos, se está usando ya en los Países Bajos y Bretaña y se podrá usar, de nuevo, en el País Vasco.

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Pura moda

Bien lo saben no solo los mejores guisanderos. También un puñado de diseñadoras como Erica Gómez Villoslada que triunfa con la moda sostenible para bebé de su marca Twin&Chic, Oihane Pardo que actualiza la moda tradicional vasca o Garbiñe Tolosa y su Maripuri Tijeritas, pensada para el 'diseño y confección de mimos sostenibles'. Todo sostenible pero altamente técnico. Las propiedades 'tecnológicas' del lino, que no retiene el agua sino que la expulsa por lo que protege bien de la lluvia, son impresionantes

Recuperar el uso

El proyecto avanza. Con tiento pero imparable. Se buscan (y se van encontrando) posibles formas de financiación. Pero no solo a través de ayudas autonómicas, departamentales, nacionales o europeas. Hay entidades financieras con querencia social y, de nuevo, sostenible, interesadas en esta aventura de economía circular razonada e investigada. Hay comerciantes dispuestos a que en algunos de sus telares dedicados a la lana se recupere el uso del lino. Un lino sembrado, cultivado, cosechado en Vasconia-Aquitania.

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Entraríamos ya en una nueva etapa de la historia del lino. Todo empezó en el Neolítico (8.500 a.C.) y continúa hoy, en este III Milenio. Cuando, dicen los especialistas, estamos en la era llamada 'Antropoceno'.

Aquel hallazgo en el caserío 'Borda' en Bidart, Lapurdi

El siglo pasado, hará 27, 25 años, dos aficionados a merodear por mercados, brocantes y ferias en busca de objetos que cuenten nuestro pasado encontraron una 'gorua'. Una rueca. 'Quenouille' en francés. 'Spinning wheel' en inglés. 'Spinnrocken' en alemán. De madera de roble. Hermosa. Fue la primera pieza de un tesoro que el matrimonio formado por Estanis Urdanpilleta y Vixen Larzabal conservan, miman y enseñan al visitante entre vasos de sidra y láminas de queso gallego en su casa de Oiartzun, 'Birjene'. Ahí huele a madera de cerezo, a semillas y a laurel. También a ceniza de haya. Allá, en la bajera con gato de la calle Larrazabaleta el viajero del lino descubre una tranga (agramadera), espadillas, peines metálicos de tremenda tecnología (ancestral) para el desgranado. Husos hermosísimos de cerezo. Y el telar, por supuesto.

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