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Hacia 1960, el niño toscano Giancarlo Brocci leía en voz alta las crónicas del Giro en el bar a los viejos campesinos analfabetos. Ellos, a cambio, le contaban las batallas pedregosas de Bartali, Binda, Girardengo. En 1997, Brocci pensó que en ningún sitio se conservaban ... tantas carreteras de gravilla como en las colinas de Siena, así que inventó la Eroica: una marcha para cicloturistas vestidos de época y con bicis antiguas, que recorrían las pistas blancas, zampaban salchichones en los avituallamientos, echaban un trago de vino y se relamían los bigotes puntiagudos. Visto que la nostalgia atraía a miles, los profesionales copiaron la idea: organizaron la clásica Strade Bianche, y el Giro incluye etapas de tierra como la de ayer. «Si estos caminos tan hermosos se mantenían así, era porque no había dinero para asfaltarlos», dice Brocci. «Me pareció que debíamos conservarlos, que debíamos mostrar el Chianti como un paraíso para ciclistas, con los caminos flanqueados de cipreses, las colinas de viñedos, los monasterios, las bodegas, antes de que nos lo llenaran de asfalto, rotondas y naves industriales».
Siena es una meca del cicloturismo europeo. Los vascos somos la mejor afición del universo, vale, pero podríamos aprender alguna cosilla de Italia, Flandes, Francia, donde miman los paisajes del ciclismo como patrimonio vivo de la comunidad. Aquí llamamos a la prensa para inaugurar bidegorris de 1,3 kilómetros y plantamos carteles de rutas inexistentes.
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