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Ana Carrillo posa en un mar de lava durante su regreso a La Palma el pasado mes de julio. ana carrillo
Erupción en La Palma: «En el mar de ceniza bajo el volcán están saliendo pinos. La vida está volviendo»
Erupción en La Palma

«En el mar de ceniza bajo el volcán están saliendo pinos. La vida está volviendo»

La donostiarra Ana Carrillo recuerda su viaje a La Palma en busca de sus padres hace un año, en plena erupción, y su regreso, meses después, a una isla diferente

Javier Guillenea

San Sebastián

Lunes, 19 de septiembre 2022

En la medianoche del 2 de octubre de 2021 la donostiarra Ana Carrillo, junto a su marido, puso el pie en el puerto de Santa Cruz de La Palma. Sin perder tiempo cogió un taxi y se dirigió a Tazacorte, a 35 kilómetros de distancia. La carretera que tomaron atraviesa la isla de este a oeste y discurre a través de un túnel por debajo de la dorsal montañosa de Cumbre Nueva. Los vecinos de la isla lo conocen como el 'túnel del tiempo' porque es habitual que las condiciones meteorológicas sean diferentes en ambos extremos. Cuando el vehículo se adentró bajo tierra nada indicaba lo que estaba sucediendo. Fue después, al salir, cuando Ana vio el infierno.

«Fue como entrar en otro mundo, se nos cortó la respiración, el resplandor era tremendo». Ante sus ojos se desplegaba un paisaje tan hermoso como desolador. La lava que el 19 de septiembre comenzó a brotar de la zona volcánica de Cumbre Vieja daba a la noche un aspecto irreal que sobrecogía por su belleza. «Vimos el volcán en todo su esplendor. Era una maravilla, pero no hacía gracia», dice Ana. Tras unos minutos hipnóticos, se liberó de la atracción del fuego y prosiguió su camino. Tenía que ir a buscar a sus padres.

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«En el momento en que mi madre me diga que tiene miedo, me cojo un avión y me os traigo», había declarado Ana en un reportaje publicado en este periódico poco después de que la tierra se abriera en La Palma. Un año después, esta donostiarra recuerda lo que encontró en aquel viaje hacia el volcán y habla de la isla que ha quedado tras la erupción, que tardó 85 días en desvanecerse.

«Cuando hablábamos por teléfono, mi madre quitaba hierro a lo que estaba pasando», dice Ana, que en cuanto despertó el volcán, no dejó de estar en contacto con sus padres: Ana Andonaegui, de 82 años, y José María Carrillo, de 92. Los dos viven a cinco kilómetros del lugar donde se produjo la erupción y, aunque les dijeron que su casa no corría peligro por las condiciones del terreno, nunca se sabía del todo lo que podía pasar.

Pasaron los días y el volcán no se apagaba. A principios de octubre decidió ir a La Palma en busca de sus padres para traerlos a Donosti. El viaje, que realizó acompañada por su marido, no fue sencillo. «Fue una odisea», recuerda Ana. «Los vuelos a La Palma estaban cancelados y tuvimos que ir a Tenerife. Allí cogimos un barco que nos trasladó a Santa Cruz». Desde la embarcación no se veía el resplandor de la lava. «Solo cuando cambiaba el viento llegaban cenizas».

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El viaje concluyó a la una de la madrugada, cuando el taxi se detuvo frente a la vivienda de los padres. «Cuando me vio, toda la fortaleza que había mostrado mi madre desapareció. Estaba muy nerviosa». Fue entonces cuando se dio cuenta de que cuando hablaba con ella desde San Sebastián no le contaba toda la verdad, que su tranquilidad era fingida. «Me confesó que había pasado miedo y que lo que quería era salir de allí corriendo».

«Una tormenta lejana»

En cuanto llegaron empezaron a hacer planes para abandonar la isla, pero no era fácil. Apenas había vuelos y la salud de su padre –tiene alzhéimer– hacía poco aconsejable el esfuerzo de ir a Tenerife en barco. Tuvieron que pasar siete días antes de que pudieran coger un avión. Durante este tiempo comprobaron lo que significaba vivir bajo un volcán.

«La gente estaba deprimidísima. Había que salir a la calle con paraguas porque la ceniza te cubría el cuerpo y cuando te duchabas el desagüe se atascaba. El ruido era continuo, como una tormenta lejana, y de repente un terremoto. Cuando faltaban dos días para irnos se abrió el cono por el norte y empezó a notarse una vibración, como si tuviéramos una taladradora debajo de la casa», dice Ana.

El día 9 pudieron abandonar la isla, a la que regresaron el pasado mes de julio, cuando ya todo había acabado. «La casa estaba bien porque una mujer se encargó de limpiarla, pero la piscina estaba llena de ceniza y al mezclarse con el agua había hecho una especie de cemento», explica Ana. Pero por lo menos la vivienda se había salvado.

Lo peor había pasado y se notaba en los isleños, que «estaban mucho más animados». Quedan «dos pueblos fantasma» en los que no se puede entrar por la presencia de gases tóxicos y zonas arrasadas por la lava, pero algo ha empezado a cambiar. «En el mar de ceniza que se ve bajo el volcán están saliendo pinos y en las fajanas, en el mar, hay un montón de peces y musgo. La vida está volviendo»

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