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Para comprenderlo, hay que analizar sus rasgos psicológicos, comunes a ambos sexos. La estrategia de un líder populista es pintar un presente y un futuro desoladores por culpa de alguien o algo y explicarlo de un modo simple y con alto impacto emocional a una ... masa enojada a la que hay que polarizar y fanatizar. El populista es oportunista y aprovecha la desesperanza y la imagen de país «basurero en llamas», llamas que ellos mismos o sus medios afines se encargan de avivar. Es una persona fuerte, dura y dogmática. Plena de confianza, ni duda ni tiene escrúpulos para tergiversar, mentir y manipular. Es egoísta. El yo domina sus discursos. Y es supremacista: «nosotros somos mejores que los otros», en especial si los otros pertenecen a una minoría étnica, religiosa, política o cultural. Ofrecen soluciones sencillas a problemas complejos con una metodología muy burda: buscar un enemigo a quien culpar del deterioro de la situación económica y social. Los culpables son diferentes si se es de derechas o de izquierdas. Para el populismo de derechas es la inmigración que viene a robar el trabajo, recibir ayudas e imponer su cultura y valores morales. ¿Solución? Muros y aranceles. Para el de izquierdas es la élite económica que roba a los más pobres. No pestañean en convertirse en adalides de rancias tradiciones de corte religioso, militar y misógino o en erigirse en el Robin Hood de los desheredados y defender trasnochadas revoluciones totalitarias. Según convenga. Les une que aborrecen el actual sistema, la gran presa a abatir.
Adulan la democracia y aseguran seguir los dictados de lo que ellos consideran «el pueblo» por encima de leyes e instituciones, una forma de pseudodemocracia que conduce al fascismo. Enfrentan al pueblo contra la democracia, en palabras del politólogo Yascha Mounk. Les importa poco las consecuencias de sus actos. Infunden miedo y odio, azuzan a las masas y promueven la violencia, aunque ellos no la ejerzan para evitar condenas. Pero olvidan que una vez creado el monstruo, es fácil que se vaya de las manos. Ignoran el final de las políticas supremacistas: Genocidios y guerras para acabar ellos mismos ejecutados por la propia masa, una masa a quien en privado tildan de ignorante, caprichosa y fácil de manipular.
Son narcisistas. Cuidan su imagen para resultar telegénicos y están permanentemente en las redes sociales con mensajes que martillean las entrañas de sus seguidores, cada día más polarizados y más reacios a leer o escuchar opiniones contrarias. La adulación y el poder son los únicos estímulos capaces de producir liberación de dopamina y generar placer. Sus actos parecen gobernados por las emociones. Así lo transmiten a sus fieles, aunque, en realidad, su estrategia es muy racional. Recuerda al cerebro de los sociópatas en los que se cortocircuita la comunicación entre el sistema emocional y racional, un diálogo esencial para tomar decisiones equilibradas y empáticas. Sería interesante meter a un puñado de líderes populistas en un moderno aparato de resonancia magnética para examinar cómo funciona la corteza ventromedial de su lóbulo frontal, región donde se integra la información emocional y racional. Un refrán aconseja desconfíar de quien nunca duda. Un populista nunca lo hace. Cree estar en posesión de la verdad. De su verdad.
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