De niña, mi hija Ana vio La Sirenita más de cien veces y la pequeña, Sara, ha visto Orgullo y Prejuicio o Moulin Rouge otras tantas. Los niños no se cansan de ver sus películas favoritas una y otra vez mientras que la mayoría de ... adultos entienden que volver a ver la misma peli es predecible y aburrido. Las marcamos con un doble check, como un mensaje de whatsapp, y es poco frecuente que volvamos a verla.
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Para un niño, saber qué viene a continuación es parte de un ritual de aprendizaje. Cuando miran por primera vez una escena nueva, cuando descubren un gag o un cambio de guion inesperado disfrutan tanto de la novedad que quieren repetir la misma experiencia, el mismo disfrute, una y otra vez.
La repetición amansa a los niños. Pueden ver la misma escena decenas de veces y se sienten tranquilos porque saben lo que sucederá a continuación. Repiten de memoria los diálogos, cantan las canciones y se saben a salvo de sobresaltos. Disfrutan adelantándose a los momentos cumbre y la anticipación provoca en ellos una liberación de dopamina que les hace disfrutar aún más.
Los adultos, en cambio, somos cada vez más difíciles de satisfacer. Vivimos persiguiendo el último lanzamiento. Desear constantemente la novedad hace que todo lo demás parezca insuficiente. El modelo consumista vive de mantener una insatisfacción permanente que nos fuerza a conseguir lo nuevo y sustituir lo que tanto habíamos deseado unos meses antes en una espiral tan rentable como insostenible.
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