«Necesito que me hablen y me digan a qué distancia ponerme, pero que no me toquen»
Día Internacional del perro guía ·
Begoña Manterola es una de las 3.500 personas con problemas visuales que hay en Euskadi. Este colectivo pide ayuda al resto de la sociedad para que en las colas de los comercios les avisen de la distancia de seguridad
Camina despacio y con precaución. Conoce su barrio y procura dar siempre vueltas cerca de su casa. En la calle no suelta a su perra, de hecho nunca lo hace, pero en estos días atípicos todavía menos. A sus más de 65 años Begoña Manterola sale a pasear tres veces al día y lo hace con cierto temor. «No veo a la gente y no sé si están cerca o no, no sé si mantiene la distancia de seguridad y eso me genera cierta tensión y nerviosismo. Si no oigo conversaciones, yo no sé si hay alguien alrededor. A veces me pasa que en el ascensor tengo que esperar a ver si noto algún movimiento o si algún vecino me dice algo, para saber si puedo montarme o no», relata.
Manterola es una de las 3.500 personas ciegas afiladas a la ONCE de Euskadi y Jewua, su acompañante canina. Como la de la mayoría de los ciudadanos, su vida ha dado un giro desde que se decretara el estado de alarma. La independencia de la que gozaba antes para realizar determinados recados se ha evaporado de golpe. «Antes iba sola al supermercado a hacer la compra. Me conocían y en cuanto me veían entrar por la puerta venían a agarrarme del brazo y me ayudaban a coger lo que quería. Ahora ya no puedo ir porque nadie me puede tocar ni yo a ellos tampoco; eso lo complica todo», se lamenta. Entiende que son las consecuencias de la pandemia y lo asume. Aún así echa de menos pasear por los pasillos y elegir ella qué comprar y qué no.
Desde hace ya seis semanas una amiga suya es la que se encarga de llevarle los víveres que necesite. «Yo solo voy a la frutería y a la farmacia. Allí ya me conocen y me ayudan», cuenta. El camino lo conoce a la perfección, se orienta sin ninguna dificultad y su perra le sirve para asegurarse de que nada se interponga en su recorrido.
«Ahora ya no puedo ir al supermercado porque nadie me puede tocar ni yo a ellos tampoco y eso lo complica todo»
De metro sesenta, pelo oscuro y escondida tras una mascarilla Begoña Manterola sujeta con firmeza a Jewua con el brazo izquierdo. Pasean por el parque cercano a su domicilio en Amara. «Estamos donde el colegio, ¿no?», pregunta al fotógrafo. Así es. Cuando el animal de compañía se para más de la cuenta a aliviar sus necesidades fisiológicas, Manterola le espeta un «vamos», y la perra obedece. «Es muy buena, ya llevamos siete años y medio juntas y me ayuda mucho», se alegra. Ahora con el coronavirus Manterola ha tenido que reducir sus salidas, limitarse a bajar a su can tres veces al día y solo cuando siente que hay menos gente. Al regresar a casa, dedica un buen rato a limpiar a Jewua. «Suelo bajar a primera hora de la mañana, al mediodía y luego antes de los aplausos, porque creo que es cuando me voy a cruzar con menos personas. De todas maneras si oigo voces, suelo huir un poco y me retiro hacia un lado», razona.
«En la calle noto que hay tristeza como si la gente estuviera más ensimismada que antes, como más hacia adentro»
Si algo que le inquieta estos días es no saber si mantiene la distancia recomendada entre las personas. «La gente tiene que darse cuenta de que yo no puedo calcular dónde están los demás. Por eso necesito que me hablen, que me digan si tengo que ponerme un metro más atrás en la cola o, al revés, estar más adelante. Me tienen que avisar de cuándo tengo que avanzar», pide, y prosigue: «normalmente todo el mundo me ayuda y me deja pasar, pero no es necesario. Puedo esperar como el resto, pero con indicaciones. Necesito la voz, pero que no me agarren que ahora no se puede», dice en tono jocoso. No pierde ni la energía, ni la alegría. Pero no todas las personas son como Manterola. «En la calle noto que hay tristeza, como si la gente estuviera más ensimismada que antes, como más hacia adentro», deduce de sus percepciones.
La historia de esta mujer, sus impedimentos e inquietudes nacidos a raíz de la crisis sanitaria, son solo un ejemplo más de los miles que uno puede escuchar a personas de este colectivo. «El coronavirus nos ha afectado como a todos. Tenemos que hacer vida en casa, pero nuestro colectivo es mayor y vive solo. Somos autónomos para hacer la compra pero con la pandemia nos vemos limitados. Mucha gente ciega ha tenido que pedir ayuda a sus vecinos o familiares o comprar por internet, pero no todos pueden. El 60% tiene más de 65 años y no tiene acceso a internet, por eso nosotros estamos reforzando sus necesidades con nuestra red de voluntarios. Solemos llamarles para saber cómo se sienten, qué dificultades se van encontrando y cómo podemos ayudarles. No queremos que nadie se quede sin ayuda. De hecho, en las zonas rurales también hemos llegado a acuerdos con el Gobierno Vasco o con asociaciones como la Cruz Roja para que todo el mundo esté atendido», explica el delegado de ONCE Euskadi, Juan Carlos Andueza.
En estos días el ingenio se ha hecho hueco, las redes sociales se han llenado de tutoriales de todo tipo y las plataformas digitales han ampliado su oferta de entretenimiento, pero las personas con limitaciones visuales no tienen acceso a ese contenido. O al menos, no siempre es apto para ellos. Por ello, desde la asociación han potenciado los servicios de entretenimiento en internet. «Hemos añadido vídeos, audios de cuentos y recetas adaptadas para los ciegos para que ellos puedan disfrutarlo también en casa», añade Andueza. Desde el otro lado del teléfono el delegado de la ONCE solicita que en las distintas situaciones que se puedan dar lo largo del día los ciudadanos se comuniquen mediante la voz y no el tacto con las personas invidentes. «Un perro no sabe sumar y calcular distancias, nosotros nos guiamos y sabemos ir a los sitios conocidos, pero necesitamos que en estos momentos nos avisen de las colas y las distancias», recalca.
A Begoña Manterola, actriz en el grupo de teatro Oroimenak de la ONCE, le quedan pocos días para tener que aventurarse más allá de su zona de confort. A Jewua le toca ir al veterinario y su propietaria ya está inquieta pensando en cómo llegará hasta Gros. «Si no llueve no hay problema porque puedo ir andando, pero si toca día de agua, voy a tener que montarme en el autobús y eso, ahora, sí que me da cierto respeto. Supongo que ya me ayudarán», confía.
Equipo de Pantallas, Leticia Aróstegui, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández y Mikel Labastida
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