Las vistas desde la torre de la catedral de Utrecht deben de ser espectaculares, pero preferí visitar un monumento más impresionante: el aparcamiento subterráneo de tres plantas para 12.556 bicicletas. Es una maravilla de arquitectura luminosa, un circuito de carriles y rampas para pedalear ... por tres alturas, con señales digitales que van indicando las plazas libres. Cuenta con un taller de reparaciones, está vigilado día y noche, las primeras 24 horas son gratuitas y luego se pagan 1,25 euros diarios. El aparcamiento queda al pie de la estación de Utrecht, por donde pasan trenes frecuentes, puntuales y cargados de bicis hacia todos los puntos de los Países Bajos. También hay cientos de bicis en las explanadas junto a la estación, en las calles cercanas, incluso las candan sin problema en las barandillas de los canales navegables que atraviesan el casco histórico. Cuando vi a los turistas sacando fotos a esas bicis, recordé a la concejala donostiarra que ordenó romper los candados y llevarse en grúa las bicis atadas a las barras de los jardines del Boulevard porque ofrecían «una imagen de ciudad descuidada».

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El centro de Utrecht es un oasis de paseos, parques, terrazas y comercios al que no entran coches privados. Tampoco a Liubliana, la capital eslovena, donde solo buses eléctricos recorren el centro y ciclistas y peatones se mezclan con un respeto exquisito. A mí me da que en cuanto sacas la marabunta de coches, todos nos calmamos.

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