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En las aulas de los centros educativos guipuzcoanos se detectan cada vez más alumnos con cuadros de ansiedad, depresiones o comportamientos autolíticos, los tres ... problemas de salud mental que más han aumentado entre los adolescentes tras la pandemia del Covid-19. Los psicólogos y psiquiatras ya lo habían advertido hace tiempo pero, pese a ello, el deterioro de la salud mental de los jóvenes sigue avanzando de manera imparable. En los colegios los profesores se sienten impotentes a la hora de atender a alumnos que necesitan ayuda y los centros de atención psicológica están «desbordados».
Muchos profesores tienen miedo pero no a que en sus aulas se produzca una agresión como la que sufrió el miércoles la profesora de español Agnès Lassalle, que murió acuchillada por un alumno en San Juan de Luz. El miedo es otro. «Si un alumno nuestro se hiciera algo dentro o fuera del instituto sería terrible. Si alguien se tira por el balcón, como han hecho dos hermanas en Sallent, no sé qué haría, no me lo puedo ni imaginar. Esto nos puede pasar cualquier día», dice Pilar Sáenz, jefa de estudios del instituto donostiarra Usandizaga.
El «exponencial» incremento de problemas mentales entre los alumnos se refleja en el instituto en la aparición de «cantidad de cuadros de ansiedad». El centro cuenta con protocolos para saber cómo actuar en caso de que algún alumno sufra una crisis. «Si es de ansiedad le sacamos del aula, le llevamos a una habitación donde pueda estar tranquilo, le llevamos agua y le enseñamos a respirar», explica Sáenz. Pero, a su juicio, no es suficiente. «Hay cosas que van muchísimo más allá de lo que podemos controlar», asegura.
Ante el gran aumento «de casos de ansiedades, depresiones, autoagresiones y consumos», los profesores hacen lo que pueden. «Hay colegios donde los orientadores están sobrepasados», afirma Raúl Giralde, psicoterapeuta de Gaztedi, asociación que ofrece un servicio integral de apoyo a adolescentes con problemas. «A los profesores se les exige un montón. Tienen mucha formación y protocolos específicos para casos concretos, pero necesitan más recursos», asegura. Porque de nada vale detectar un caso si luego, al derivarlo a los servicios de salud mental, se encuentran con que «están saturados».
El incremento de problemas de salud mental «se está juntando con una paupérrima atención por parte de la salud pública, que está absolutamente desbordada. Cuando por fin se consigue que un alumno sea atendido, igual tiene una cita al mes y no le soluciona nada en absoluto. Es terrorífico», se queja José Javier Huerta, director del instituto Peñaflorida, en San Sebastián. Pero puede ser peor. «El psiquiatra le ve una vez al mes y, si le deriva al psicólogo, hay que esperar otro mes. Este alumno ha pasado ocho semanas sin ningún tipo de intervención, y eso con suerte», afirma Pilar Sáenz.
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Huerta recuerda que siempre ha reivindicado «la figura de un profesional de salud mental en los centros de educación», pero ha sido en vano. «Directamente nos dicen que eso no es competencia de Educación sino de Salud. Cada vez que tienes un alumno conflictivo, sistemáticamente detrás hay algún desorden de algún tipo que necesita una atención profesional. Por mucho que Educación se empeñe en que tenemos que velar por el bienestar psicológico del alumnado, no podemos hacernos cargo».
«Tenemos dos orientadores para 746 alumnos», dice Marina Aranzabal, directora del instituto Lizardi, en Zarautz. El suyo es un centro tranquilo, sin grandes conflictos, en el que los profesores han detectado un cambio. «Notamos más agresividad, tanto en chicos como en chicas. Durante la pandemia muchos alumnos se refugiaron en las redes sociales y al volver no sabían relacionarse físicamente». Además, añade, «están las adicciones a los videojuegos y al móvil. Hay alumnos que vienen sin dormir porque han estado jugando».
Como en otros lugares, en Lizardi los profesores están «saturados». «Tienes 25 alumnos en clase y no puedes llegar a todo. A veces haces más de psicólogo que de profesor», dice Aranzabal. En el colegio La Salle, en Donostia, la situación no es muy diferente. «No tenemos herramientas, el Gobierno Vasco no nos ayuda», se queja su directora, Ainhoa Aristi. «Con lo que tenemos no llegamos a todos los chavales. Intentamos hacerlo lo mejor posible, pero tenemos el mismo personal que hace cuatro años y los casos han aumentado de forma significativa», afirma.
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