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Han tenido que acostumbrarse a compartir cocina, mesa de comer, ducha y conversaciones. Es la realidad que viven a diario familias, en su mayoría inmigrantes, ... que viven en un mismo piso ante la imposibilidad de afrontar un alquiler, ni mucho menos la compra de una vivienda, en Gipuzkoa. En el peor de los casos, aquellas a las que no les queda otra salida que malvivir en una habitación para no verse en la calle. «Es una situación humillante, es horrible», expresa Ana (nombre ficticio), de origen colombiano, que comparte cuarto con su marido, su madre y su hijo de 2 años en una vivienda en Zarautz. No tiene inconveniente en relatar su testimonio pero le aterra dar cualquier detalle que pueda revelar su identidad. El «miedo» les hace aún más invisibles.
Aunque no hay datos oficiales, las entidades sociales funcionan como termómetro de la calle y alertan de las dificultades que atraviesan las personas inmigrantes a la hora de acceder a una vivienda. A las exigencias económicas se suma la «discriminación» que sufren cuando su voz suena diferente. «Nadie quiere alquilarnos un piso. Nada más nos escuchan nos cuelgan el teléfono», cuenta la nicaragüense Karelia, que junto a su marido y sus hijos, de 1 y 8 años, comparte con otra familia una vivienda en Donostia cedida por Cáritas a través del programa Zubia, que ofrece una estancia temporal y un acompañamiento socioeducativo a personas en situación económica precaria o de exclusión social. Ambas familias agradecen a la entidad haberles proporcionado un techo aunque «la convivencia es difícil, no es cómodo, no tienes privacidad, pero uno trata de llevarlo, por los niños. Mi hijo dice que va a trabajar de ertzaina o futbolista para comprarnos una casa, porque esta no es nuestra», relata con pesar esta mujer.
Los datos
240 euros es la habitación más barata de las 280 ofertadas en Gipuzkoa. Está en Eskoriatza.
1.250 euros es el precio por habitación más cara, situada en San Sebastián.
67% es el incremento en ocho años del número de vascos que comparten piso: 64.753 personas.
Mari, madre de dos hijos de 4 y 10 años y oriunda de Perú, jamás pensó que acabarían en esta situación pero «estaba tan desesperada que fue un alivio. Después vas asimilando todo y dices 'qué es esto...' Pero toca adaptarnos. Quiero sacarme los papeles, buscar un trabajo y que mis hijos puedan salir adelante aquí porque si regreso, mi niño, que tiene síndrome de Down va a retroceder ».
Karelia
Nicaragua
Santiago (nombre ficticio) llegó a Gipuzkoa desde Nicaragua y lleva cinco años viviendo en una habitación de alquiler, en Donostia, con su esposa y su hija pero «ya me estoy dando por vencido, no podemos continuar así, es horrible. No he podido obtener los papeles, ni tengo contrato de trabajo y si vas a una inmobiliaria te dicen que hay gente de aquí en espera y que no vas a ser el primero de la lista, además los requisitos son tan drásticos que no dan esperanza y se cierran todas las puertas. La única salida que veo es retornar a mi país», lamenta este hombre, que lleva años encadenando diferentes trabajos «en negro» para poder pagar 400 euros de alquiler por una habitación.
En esta misma estela de inquietud se encuentra Ana, que de la noche a la mañana tuvo que abandonar su hogar, en Colombia, junto a su pareja, su madre y su hijo pequeño. Recalaron en Zarautz con la ayuda de unos conocidos compatriotas, que les acogieron en un piso de alquiler y les cedieron una de las cuatro habitaciones que ocupan dos camas, un armario y el cochecito del niño. El resto de sus cosas lo guardan en maletas.
Ana
Colombia
«Vivir así es lo más humillante. Uno siente impotencia y tristeza, obviamente. Yo tenía un salario, trabajaba en una oficina con mi aire acondicionado, mi hijo iba a un buen colegio y no nos teníamos que preocupar por nada. Y al llegar acá el choque ha sido duro. Tener que pedir comida, no tener un sitio para dormir... Es desgastante, no tienes intimidad, y la convivencia es difícil porque con un niño pequeño, hace bulla y entonces empiezan las quejas. Es frustrante tener que decirle 'no corras, no saltes, no hagas ruido con los juguetes, no hagas, no hagas...' Es lo que más me duele. Y a la hora de comer hacemos turnos porque si no ahí se junta mucha gente, al igual que al poner lavadoras, se acumula mucha ropa», explica. Su historia no es la única. Este periódico ha hablado con otras tres familias venidas latinoamericanas que, ante la falta de recursos, papeles y trabajo, viven en pésimas condiciones.
Han intentado buscar pisos de alquiler «pero está muy complicado, nos han pedido fianzas de 5.000 euros y nóminas exageradas. También hay personas que han tenido que pagar por el padrón. Dimos con un dueño que nos alquilaba pero sin empadronamiento, y sin eso es como estar en ningún lugar», reclaman.
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