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Cristina Castillo, Aitor Landa y María Franco narran a DV sus experiencias como cooperantes Cedidas
Cuando la solidaridad no tiene fronteras
Día de las Personas Cooperantes

Cuando la solidaridad no tiene fronteras

Cooperantes guipuzcoanos cuentan su «enriquecedora experiencia» en proyectos de ayuda humanitaria y al desarrollo internacional

Marcela Salazar

San Sebastián

Domingo, 8 de septiembre 2024, 00:15

Más de 2.700 cooperantes españoles se encuentran actualmente trabajando en 92 países de todo el mundo, principalmente en el África Subsahariana, así como en América, el Magreb, Oriente Próximo y Asia, según los últimos datos del Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación. El 74% de ellos son personas mayores de 35 años y alrededor del 53% del total son mujeres. Solamente el 26% es personal religioso, aunque estos últimos años la cifra ha venido experimentando un retroceso, por ejemplo, respecto a 2022, cuando suponían el 37%.Pero ¿qué es lo que les motiva a viajar miles de kilómetros a estos países sin recibir nada a cambio?. ¿Por qué estas personas ponen incluso su vida en riesgo para ayudar?. DV ha hablado con tres cooperantes con motivo del Día de las Personas Cooperantes, que se celebra hoy, para poner en valor su «enriquecedora experiencia» en proyectos de ayuda humanitaria y al desarollo internacional.

Cristina Castillo Cruz Roja

«Tras 25 años sigo dándome un golpe de realidad»

Cristina Castillo de cooperante durante el tifón Yolanda de Filipinas en 2013 Cedida

En Cruz Roja en Gipuzkoa cuentan con 14 personas que forman parte de los equipos de respuesta a emergencias, que cuentan con la formación correspondiente para realizar las funciones que se les requieran y que tienen disponibilidad para salir de inmediato si surge una emergencia. Cristina Castillo es una de ellas. Esta mujer de 56 años ha estado cooperando con Cruz Roja durante más de 25 años en más de 18 países. «Mi familia desde siempre me ha inculcado unos valores solidarios. Recuerdo que a los 14 años quería salvar ballenas, pero no fue hasta los 25 cuando me escogieron en un programa de una ONG francesa gracias a que sabía francés, y así empezó mi primera experiencia como cooperante», cuenta.

El amplio curriculum de Cristina arranca en 1994 en Croacia durante la Guerra de los Balcanes. «Fue una experiencia que me marcó. No sé si fue porque todavía era muy joven o porque todavía no había vivido nada igual, pero es un viaje que nunca olvidaré. Te das un golpe de realidad de lo que pasa en este mundo, aunque también en contraparte ves gestos humanos y de solidaridad muy bonitos», admite esta madrileña residente en Donostia desde hace 28 años.

Después de haber estado un año y medio en Croacia, Cristina siguió de cooperante en Bosnia y después, en el año 1997, en Corea del Norte durante una crisis alimentaria. A eso le siguió el conlficto talibán en 1998, una situación que «desafortunadamente sigue estando presente en la actualidad». En la década de los 2000 Cristina estuvo en Venezuela, Afganistán y Palestina y no sería hasta el terremoto de Haití de 2010 cuando otro hecho le volvió a marcar sobremanera. «Fue un poco más fuerte para mí por lo que supuso y porque el foco mundial estaba en Haití en ese momento y había mucha presión mediática. Recuerdo que trabajaba mucho y dormía solamente tres horas. La capital quedó destruída y viví momentos muy difíciles emocionalmente». La voluntaria explica que las misiones de este tipo suelen ser de 6 semanas y una vez finalizadas, «hacemos rotaciones para que llegue gente fresca que nos coja el relevo».

En 2013 Cristina viajó a Filipinas debido al súper tifón Yolanda, aunque otra de las emergencias le marcó fue la de la epidemia de Ébola en Sierra Leona en el año 2014. «Ahora con el Covid ya sabemos lo que es una pandemia y lo que supone, pero en aquel momento todo era desconocido», recuerda Cristina. «Había mucho índice de mortalidad y la vuelta fue muy compleja porque había mucho miedo a tener contacto con todos los voluntarios que veníamos de allí por un posible contagio. Le tuve mucho respeto a la situación y además tuve que pensar también en la salud del equipo al que coordinaba. Algo que no me había pasado nunca», admite la voluntaria experimentada.

En cuanto a si su familia se preocupa, Cristina resalta que «ya están acostumbrados» y que ha «tenido la suerte »de que su marido también sea cooperante. «Nos conocimos cuando estábamos de voluntarios en la guerra de los Balcanes de hecho», cuenta entre risas. «El día del cooperante permite dar visibilidad a lo que pasa fuera. Normalmente no nos acordamos y es una manera de recordar que hay personas que sufren y que necesitan un mundo más equitativo y justo», recalca. Cristina admite estar siempre pendiente a la actualidad y que si en algún momento hiciese falta, «no dudaría» en ofrecer su ayuda.

Aitor Landa Euskal Fondoa

«La cooperación tiene una gran recompensa emocional»

Aitor Landa en una de sus misiones humanitarias Cedida

«Lo que nosotros ayudamos no es nada en comparación a la recompensa emocional que recibimos luego, que es altísima», expresa Aitor Joseba Landa al otro lado del teléfono, un cooperante guipuzcoano que lleva más de 16 años trabajando para Euskal Fondoa, la Asociación de Entidades Locales Vascas Cooperantes en Centroamérica.

Aitor nació hace 53 años en Beasain y en 1993 decidió ser cooperante en los campos de refugiados de Croacia durante el conflicto de la guerra de los Balcanes. «Mucha gente en esa época empezó a participar en campañas de cooperación. Yo estudié derecho y luego decidí hacer un Máster en Cooperación internacional y trabajar con el PNUD el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo». Después de varios años, en 2008 Aitor empezó a trabajar para Euskal Fondoa y se trasladó a vivir a Nicaragua, desde donde atiende el resto de proyectos que llevan a cabo en países como Guatemala, El Salvador y Cuba. «Uno de los objetivos principales de Euskal Fondoa es la mejora en la calidad de servicios. El agua, por ejemplo, ocupa el 50% de nuestros proyectos, ya que debido a que las mujeres deben ir a buscarla y van con sus hijos, esos niños no se escolarizan. Es por ello que trabajamos en el saneamiento del agua y en el alcantarillado en zonas rurales y urbanas en El Salvador y Costa Rica».

Aitor también destaca el trabajo en mejorar la capacidad de respuesta del cuerpo de Bomberos de El Salvador, para lo que profesionales de Sueskola de Euskadi han viajado para dar cursos sobre materiales peligrosos. «Muchos de los bomberos que han venido se han quedado alucinados con cómo trabajan aquí con tan pocos recursos. Y ahí es donde reside la importancia de la cooperación, que no es unidireccional y que sirve para ver distintas realidades», recalca. «Las políticas de igualdad y contribuir a la construcción de una ciudadanía más equitativa y libre de violencia también es otro de nuestros objetivos», explica Aitor refiriéndose a la labor que llevan a cabo en cinco municipios de Alta Verapaz en Guatemala. «Contamos con varios responsables y con 75 participantes de comisiones de la mujer, además con la participación de 200 profesores y 30 mujeres concejales en un curso. Además de que 30 hombres participan en un proceso reflexivo respecto a la violencia contra las mujeres y de que hemos reconocido a otras 20 mujeres por su apoyo a otras mujeres sobrevivientes de violencia», destaca.

Aitor cuenta que viaja durante cinco meses al año para supervisar los proyectos que financian de forma sostenida en el tiempo y también admite que es «muy gratificante ver los resultados y los proyectos terminados». «Este es un trabajo que tiene un retorno emocional altísimo. Por mucho que hagamos vídeos, es inexplicable el sentimiento que nos da ver a gente llena de alegría bañándose cuando por fin llega el agua a sus hogares. Es un trabajo muy motivante en lo personal y que además me permite vivir con un pie en cada mundo. Yo le recomiendo a todas las personas cooperar, es una experiencia que te abre la mente y que te cambia. Es un encuentro cultural y es la ventana más amable de un país. Además, te permite ver que el mundo es muy grande y que ningún país es el centro», finaliza.

María Franco Gaztenpatia

«Impacta ver a madres con tres hijos a los 18 años»

María Franco estuvo tres meses en El Salvador Cedida

María del Mar Franco Ramírez tiene 25 años y vive en el barrio donostiarra de Altza. Estuvo tres meses en El Salvador gracias al programa Gaztenpatia un proyecto que promueve la empatía y la solidaridad entre la juventud vasca y la juventud de otros países con los que se mantienen actividades de cooperación y solidaridad. María estaba estudiando integración social y estaba pensando en hacer un Erasmus, pero fue a una charla de Gaztenpatia y prefirió elegir esta opción. «Nos dieron la opción de varios destinos y tuvimos que hacer un curso online para poder acceder. En febrero finalmente llegué a El Salvador con dos compañeras de clase y me destinaron en un programa que se encontraba abandonado y para el que necesitaban personas que era para ayudar a madres adolescentes», cuenta María.

«Recuerdo que a mis compañeras les impactó mucho ver a jóvenes siendo madres de hasta tres hijos con 18 años, es algo que impacta, pero yo nací en Colombia y ya conocía esa realidad, pero para mis compañeras fue un 'shock'», destaca.

De pronto María se vio dirigiendo a un grupo de 60 mujeres. «Había historias muy duras, por ejemplo en El Salvador está prohibido el aborto y una mujer tuvo una emergencia obstétrica por lo que se sometió a una intervención y eso allí es visto como un crimen, por lo que hay varias mujeres en la cárcel cumpliendo condenas de 17 y hasta 20 años de cárcel, como si hubiese asesinado a alguien», cuenta. «Otro día unas religiosas también se presentaron con pancartas en el exterior del lugar en el que nos reuníamos para protestar y eso también me chocó».

María cuenta que la presencia de población vasca en la capital, San Salvador y la de vascos trabajando en distintas asociaciones le sorprendió. En cuanto a si cree que la cooperación es una tendencia que ve al alza en los jóvenes, María admite que ha recomendado la experiencia a varios compañeros porque «es muy gratificante. A mí me abrió los ojos y ahora estoy estudiando un máster en cooperación internacional que compagino con mi trabajo en Aspace», finaliza.

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