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Casi todo el mundo conoce los principales síntomas del Covid: fiebre, tos seca, pérdida de olfato y gusto, cansancio exagerado y diarrea. No obstante, el cerebro también sufre en las diferentes circunstancias a las que puede abocar el Covid.
1 Un reciente estudio señala cinco ... tipos de daño neurológico durante el ataque del virus: inflamación, ictus, delirios, daño al sistema nervioso periférico y disfunciones no catalogables. Aunque la brutal reacción inflamatoria y la formación de trombos que impiden la función de los pulmones son los principales asesinos, los ictus y las encefalitis son cómplices en más de una ocasión. Las secuelas en quienes sobreviven son fatiga extrema, debilidad y atrofia muscular y, si se sufrieron, las propias de un ictus o una inflamación cerebral. Además hay multitud de secuelas psicológicas: depresión, angustia, ansiedad o insomnio con pesadillas.
2 El personal sanitario que lucha por salvar vidas arriesgando la suya propia, se ha visto desbordado emocionalmente al tener que tomar decisiones muy duras, como aplicar el triaje, o acompañar al paciente en su último hálito de vida. Además, vuelven a casa impregnados de miedo a contagiar a sus seres queridos.
3 La muerte en soledad, sin una caricia de despedida ni un funeral, ha hurtado el duelo a las familias. El duelo es doloroso y se acompaña de angustia, ansiedad y tristeza. No es una enfermedad mental, sino un proceso de recuperación del equilibrio emocional. Sin embargo, el sufrimiento no liberado queda enquistado en lo más profundo del cerebro límbico.
4 El confinamiento ha afectado la función emocional, cognitiva y motora de personas con dolencias cerebrales, como autismo, esquizofrenia, depresión, adicciones, alzheimer o parkinson. La pérdida de referencias vitales (visitas de familiares, reuniones con amigos, actividades sociales) ha trastocado el funcionamiento cerebral provocando empeoramientos en la memoria y la orientación, depresión, ansiedad, irritabilidad, agitación y agresividad. El control de las adicciones ha resultado difícil y las recaídas han sido frecuentes. La violencia machista, propia de psicópatas, se ha agudizado porque muchas mujeres no han tenido más remedio que convivir con su enemigo, sin posibilidad de escapar unas horas. También lo han pasado mal personas sin ninguna enfermedad. Teletrabajo, dedicación absoluta a los hijos pequeños en espacios reducidos e incertidumbre en el futuro han minado la salud cerebral de algunas personas, en especial los jóvenes. Y la crisis económica se ceba con ellos.
5 La vuelta a la falsa normalidad ha sido complicada. El ser humano es social por naturaleza. Poseemos un cerebro tan grande para cumplir con la compleja vida en sociedad. El retorno a la interacción social ha puesto de manifiesto alteraciones como ansiedad, depresión o el síndrome de la cabaña con miedo irracional a salir de casa. Además, el ansia por recuperar libertades suspendidas ha llevado a creer que todo ha pasado. Y no es cierto: el virus sigue en la calle y hay que ser prudente y tomar precauciones. Nadie es invulnerable. Ni los jóvenes lo son. La verdadera libertad conlleva responsabilidad. Y más en este momento extraordinario en el que se puede poner en riesgo la vida de otras personas, cercanas y lejanas. O dar un paso atrás y volver a un confinamiento cuyas consecuencias psicológicas y socioeconómicas serían desastrosas. Todos deseamos respirar la libertad a bocanadas. No se reprima y hágalo, pero póngase la mascarilla, evite aglomeraciones y lávese las manos con frecuencia. Por su propio bien, por el de su familia y por el de toda la sociedad.
¿Saldremos más fuertes de la pandemia? No. Desde luego, no con una mejor salud cerebral. Coaches y políticos sobrevaloran el fracaso y el sufrimiento como medios para aprender y ganar fortaleza mental. En realidad son excusas ya que, como mucho, solo se gana resignación. El cerebro se muestra más proclive a aprender y a resistir tras el éxito porque la gratificación aumenta la avidez de las conexiones neuronales.
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