Sus iniciales son P.S. y sufrió una forma suave de Covid con fiebre, dolor de cabeza, pérdida de olfato y tos. Se recuperó bien, pero a las pocas semanas comenzó con cansancio fácil y excesivo, dolores erráticos, sensación de aturdimiento o niebla mental, dificultades ... en concentrarse y realizar tareas cotidianas, confusión, olvidos, problemas en encontrar palabras, nerviosismo y tristeza. Todo ello ocasiona una gran inseguridad a esta mujer de 45 años. Este es el retrato robot de la Covid persistente o síndrome post-Covid, del que todavía se ignora casi todo. De hecho, muchas veces no se encuentra nada en la exploración ni en las pruebas, lo cual es malinterpretado por el médico y el paciente. Esta incomprensión es fruto de la incertidumbre que acarrea la ignorancia. Por ejemplo, no se sabe su incidencia exacta.

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Otros virus, como el de la gripe o los enterovirus, también provocan un cuadro parecido, pero, como la Covid afecta a tantas personas, los casos de Covid persistente abundan. No solo afecta a mujeres en la edad media de la vida, sino que también puede hacerlo a varones, jóvenes y ancianos. Y hay más síntomas que los aquí mencionados: cada paciente suele referir una media de 10 síntomas y se han reportado unos 36. La variabilidad y la intensidad dependen de los antecedentes médicos.

Un hecho intrigante es el mecanismo por el que un virus que afecta básicamente a las vías respiratorias acaba atacando al sistema nervioso. El virus no es neurotropo, no tiene preferencia por el tejido nervioso, pero es neurotóxico. En la fase aguda, la diana son los pulmones y su invasión conduce a dificultad respiratoria con necesidad de oxígeno y, en algunos casos, ventilación mecánica en la UCI. En esta fase también se ven afectados los vasos sanguíneos y se agrede al sistema nervioso: un 80% de los casos presenta síntomas neurológicos, en especial ictus y con menos frecuencia inflamación. Pero, ¿por qué razón sigue afectando al sistema nervioso una vez que la infección aguda se ha superado? ¿Cómo lo hace? Resolver estas dos interrogantes permitirá plantear tratamientos resolutivos.

El síndrome debe abordarse deun modo integral por diferentes profesionales

Se piensa que la clave puede estar en la barrera hematoencefálica, un conjunto de células y vasos sanguíneos que aíslan el sistema nervioso del resto del organismo y lo protegen del ataque de elementos nocivos como bacterias, virus o toxinas. Es posible que el coronavirus la dañe durante la fase aguda, lo cual permitiría el paso de moléculas capaces de producir una reacción de toxicidad o de rechazo exagerado por parte de las defensas cerebrales. Otras hipótesis son la afectación directa del cerebro por restos virales acantonados que escapan al control de los sistemas de vigilancia del organismo o la implicación del sistema nervioso autonómico, muy importante en el control de la tensión arterial, la fatiga o el dolor. Incluso se ha implicado al microbioma, el perejil de todas las salsas. Se investiga en encontrar biomarcadores que ayuden a comprender los mecanismos y a identificar dianas terapéuticas.

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Se estima que unas 5.000 personas lo padecen en España. Su calidad de vida se ve mermada y limita la actividad laboral, familiar y personal. ¿Qué se puede hacer? En primer lugar, asumir la existencia del síndrome y mostrar empatía y comprensión con quien lo sufre. A la vez se debe intentar mejorar aquellos síntomas que más molestan e incapacitan mediante tratamientos integrales a base de fármacos, fisioterapia, rehabilitación, psicoterapia y otras medidas. Entre los fármacos que han mostrado cierta eficacia (esta observación hay que tomarla con cautela por la falta de estudios controlados) están los analgésicos no opiáceos, antidepresivos, ansiolíticos y algunos medicamentos empleados en el párkinson y en la epilepsia. ¿Y la vacuna? Podría deducirse que los síntomas empeorarían al volver a contactar con el virus. Sin embargo, y aunque también aquí debe reinar la prudencia, se han descrito casos en los que los síntomas mejoran tras la vacunación. Es una puerta a la esperanza y, por si hubiera pocas, una razón más para vacunarse.

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