Isabel Dávila muestra una imagen de Anabel, en una de de sus comparecencias para reivindicar que siguiera la labor policial para dar con el asesino de su hija. Nunca sucedió.
Crónica negra de Gipuzkoa

Una herida abierta por Anabel Merino y un caso sin cerrar

Treinta años del asesinato en Intxaurrondo ·

Sin resolver. El 11 de agosto se cumplen tres décadas del asesinato de Anabel Merino en el barrio donostiarra de Intxaurrondo, en plena Semana Grande. Pese a la sospecha, su autor nunca fue detenido

Oskar Ortiz de Guinea

San Sebastián

Domingo, 7 de agosto 2022

Dolor. Treinta años después de que su hija fuera apuñalada en Donostia sin que nunca se encontrara a su asesino, «el único sentimiento que te queda como madre es el dolor. Dolor y amargura».

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Este 11 de agosto se cumplen tres décadas del crimen nunca ... resuelto de Anabel Merino Dávila, en el barrio Intxaurrondo. Tenía 21 años, y dos semanas después, el día 26, habría cumplido 22. «Aquello nos partió por la mitad a la familia, al matrimonio y nuestro hijo. Desde entonces, todos los días son amargos pero agosto es un mes complicado para mí. Demasiados aniversarios», afirma Isabel Dávila. Cada día intenta «no recordarlo», pero cada día supura la herida. «Que no encontraran al asesino, impide que pueda cicatrizar», apunta Iñaki Merino, que tenía 19 años cuando «un indeseable» le arrebató a su hermana y cambió su carácter y sus planes. «Si al menos la policía hubiera hecho todo lo posible... Pero la investigación fue una chapuza. No lo digo con rencor, pero sí con pena. De ahí la amargura», aclara ella.

Sentada ante un café con leche descafeinado muy cerca de donde reside, Isabel confiesa que «hace ya mucho que no hablo de esto. Tengo una edad y han sido muchos años peleando por que detuvieran al asesino, y hablar me remueve y no me hace bien. Pero bueno, ¿qué quieres saber?»

Lo que quieras contar.

– Anabel era todo ganas de vivir, de disfrutar y hacerlo todo en la vida. Estaba estudiando, pero quería casarse ya. Yo le decía que no tuviera prisa, pero ella quería ser una madre joven.

Mientras habla, una media sonrisa y una mirada vidriosa subrayan cada palabra. «Un año antes había comprado un piso con su novio en Lasarte-Oria, y lo habían alquilado para ir pagándolo». Aquel chico, Javier, se fue de Euskadi pero mantiene «mucha relación» con Iñaki. Con Isabel, en cambio, menos. «Mantenemos el cariño pero, aunque no nos lo digamos, los dos sabemos que vernos nos remueve al recordar todo». Regresan a aquel 11 de agosto de 1992 en el que perdieron lo que más querían.

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Cronología

  • 1992:

  • 11 de agosto Anabel Moreno Dávila es apuñalada de muerte en el barrio donostiarra de Intxaurrondo, a escasos metros de su casa. Fue asaltada por un desconocido poco antes de las seis de la mañana, cuando se aproximaba al punto donde una compañera le recogía en coche para ir al trabajo que encontró ese verano en el antiguo Instituto Oncológico. Era Semana Grande, que discurrió con normalidad.

  • Investigación El Juzgado de Instrucción número 2 abrió diligencias y la Policía Nacional llevó a cabo las pesquisas. La familia sostiene que el trato fue «muy bueno» pero la investigación, «una chapuza». Sin pruebas, se archivó el caso.

  • 1995-1996:

  • Nueva pista La asociación Clara Campoamor logra reabrir el proceso, ante la posibilidad de que Pedro Luis Gallego Fernández, el 'violador del ascensor' y condenado por varios asesinatos y violaciones, hubiera matado a Anabel. Fue trasladado a Donostia y negó los hechos. El juez no vio datos para incriminarle.

  • 1999-2001:

  • Llamada anónima En junio, alguien llama al domicilio familiar y da una identidad del supuesto asesino.

  • En América Una jueza reabre el caso en enero de 2000, para seguir la pista de este varón, que había huido a Latinoamérica, donde fue condenado por asesinato. En 2001, una comisión policial fue a la cárcel a interrogarle, sin el fruto esperado. El crimen queda sin resolver.

Aquella mañana, Anabel salió de casa poco antes de las seis para ir a trabajar a la antigua sede del Instituto Oncológico, donde había encontrado un empleo de verano contra la voluntad familiar. «Estudiaba enfermería y secretariado y no queríamos que trabajara en verano. Ella se empeñó para sacarse un dinero. 'Amatxi, voy a nadar en dólares', me decía». Cada día, el marido de una compañera les llevaba a ambas hasta su trabajo en Aldakonea. Anabel les solía esperar en la plaza Pablo Sorozabal. Salió de casa, cruzó la calzada del paseo Zarategi y siguió por el caminito entonces sin asfaltar entre los números 56 y 58 que conducía al paseo de Mons, a pocos metros de donde la recogían en coche. Nunca llegó. Alguien la abordó en aquel corto sendero y le asestó una puñalada en el abdomen y cuatro cortes en el cuello.

Unas vecinas oyeron los gritos de socorro de Anabel, pero pensaron que serían unos jóvenes de gaupasa en Semana Grande. Sobre las 6.30 horas, un vecino descubrió el cadáver y avisó a la Guardia Municipal. El vecindario se fue agolpando en la zona, donde el padre de la joven, Eduardo Merino, fallecido hace unos años, reconoció el cuerpo de su hija. «Causó conmoción en el barrio», recuerdan Ricardo Ortega y Jose Ignacio Bengoetxea, que siguen regentando la librería y la carnicería en los números 52 y 50 de Zarategi. El carnicero entró a trabajar a las seis de la mañana, pero no vio ni oyó «nada». Lo peor, coinciden, es que «nunca se supo quién fue el asesino. Y los padres se acabaron yendo del barrio».

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Vecinos lloran a Anabel en el lugar del crimen. Minondo

La familia se mudó tres años después. «No podía asomarme a la ventana y ver la fuente junto a los nogales en la que el hombre que mató a mi hija se lavó las manos», recuerda Isabel. «Habíamos acabado de pagar la casa, y nos metimos en otra hipoteca. Pero sin ilusión de vivir». En esa época supo que el caso se había cerrado «al mes por falta de pruebas, pero no lo supe hasta que un día fui a la comisaría y un inspector que yo no conocía me lo dijo. El juez nos dijo al principio que confiáramos en la policía, y eso hicimos. Luego nos dimos cuenta de los errores: ni acordonaron la zona, ni cogieron muestras en la fuente... Tuvieron un trato exquisito conmigo, me atendieron cada vez que la impotencia y la desesperación me impulsaban a aparecer en la comisaría, pero no se investigó bien».

Isabel Dávila, a quien el tesón por descubrir quién mató a su hija la terminó haciendo una experta en los entresijos de la justicia, la policía y las instituciones, le apena no haber tenido ese conocimiento antes. «Nadie se prepara para vivir algo así, y no sabíamos cómo actuar. Mi marido trabajaba en Telefónica y yo era ama de casa. No tuvimos ni abogado y estuvimos desinformados. Ninguna institución nos ayudó. Estuvimos solos». Como ejemplo, recuerda que aquella Semana Grande prosiguió con absoluta normalidad tras el crimen. «Unos vecinos colocaron una pancarta en recuerdo a Anabel en la terraza de Alderdi Eder, pero trabajadores del ayuntamiento la quitaron. Fui donde el alcalde, y me dijo que estaba prohibido. Espero que hoy haya otra sensibilidad».

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Su empeño en que la muerte de Anabel no cayera en el olvido, llevó a Isabel a tratar de levantar mil y una alfombra en busca de una pista. «Ha sido una luchadora», alaba su hijo, que se emancipó en Intxaurrondo. «Ha habido otros casos –continúa Iñaki– en los que nunca se encontró el cuerpo de la víctima, y tiene que ser terrible. Pero también es duro saber que alguien mató a tu hermana o a tu hija y le salió gratis. Eso impide cerrar toda herida».

La de una madre tal vez no cicatrice nunca, y a Isabel le escuece creer que en su caso no se hizo lo suficiente. «No quisiera ser los padres de la chica que mataron en Sevilla y su cuerpo no apareció (Marta del Castillo). Pero envidio, y espero que se me entienda, los medios que se han puesto y se siguen poniendo para encontrarla. Así debe ser, pero con Anabel no lo fue».

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Los testimonios

  • Isabel Dávila | Madre de Anabel «Como yo, hay más gente que sabe quién asesinó a mi hija, pero no se investigó bien; y la herida no cicatriza»

  • Iñaki Merino | Hermano de Anabel «En ocasiones no hay cuerpo de la víctima, pero es duro que maten a tu hermana y a alguien le salga gratis»

  • Ricardo Ortega | Vecino de la librería «La chica tuvo la mala suerte de cruzarse con un desalmado; su muerte causó una gran conmoción en el barrio»

  • Jose Ignacio Bengoetxea | Vecino de la carnicería «Entré a trabajar a las seis y no vi ni oí nada, pero enseguida corrió la voz; a los días me llamaron a declarar»

Pese a ello, en dos ocasiones fue reabierto el caso de la joven donostiarra, en gran medida por la labor de hormiguita de Isabel. En 1995, fue gracias a la asociación Clara Campoamor, ante la creencia de que el conocido como 'el violador del ascensor' Pedro Luis Gallego Fernández, pudiera ser el asesino. «Se le trajo de Valladolid para declarar, pero no se le incriminó», y el asunto fue otra vez archivado.

Una llamada clave

Tras el asesinato de su hermana, Iñaki agudizó el oído «en la calle» en busca de una pista. Estaba convencido de que el asesino «era del barrio». Así lo aseguró una llamada anónima recibida en la casa familiar en 1999. «Fui a la policía con el nombre y apellidos de la persona que habría matado a mi hija», recuerda Isabel, que asegura que «hay más gente que sabe quién fue. Una buena fuente me dijo incluso que él alardeó de ello en la cárcel», donde estuvo por otros delitos.

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Isabel Dávila, en 1999 en el Parlamento Vasco. Telepress

El sospechoso huyó a un país latinoamericano, donde también fue preso por otro delito. Una comisión formada por policías pudo interrogarle en aquella prisión en 2001. Sin embargo, esa línea de investigación no dio el fruto deseado y el caso se cerró hasta hoy. Probablemente, hasta siempre. «Por no haber, no quedan ni las prendas que Anabel llevaba aquel día. Con los medios de hoy, se podría hallar algo, pero la policía me dijo que las tiró pasado un tiempo», dice la madre. Según Isabel, el presunto asesino volvió a Gipuzkoa. Solo su confesión llevaría a cerrar el caso y a cicatrizar una herida que seguirá doliendo.

Creó la asociación Eskabide y tocó «todas las puertas posibles del país»

Isabel Dávila no sabía «nada» de cómo funcionaban las instituciones en este país. Desgraciadamente, debió aprender a marchas forzadas. «No me quedó otra si quería tratar de que el caso no se archivara, y nadie nos ayudaba», lamenta. El «abandono que vivíamos las víctimas de delitos violentos» le llevó a fundar la asociación Eskabide, para agrupar a más familias. «Diez siempre tiran más que una».

Como presidenta de Eskabide, tocó «todas las puertas posibles del país», incluidas las del Parlamento Vasco y otras en Madrid, sin desvelar las más inaccesibles. A lo largo de la charla con este periódico, Isabel calla varias veces detalles que «no puedo revelar» y sí desliza algún otro más que noticioso que «no se puede publicar». El hecho de en ocasiones no hablar claro, recuerda al halo oscuro que rodea el caso de Anabel. «Hace unos meses me encontré con un agente ya retirado y le pregunté si habían protegido a alguien. Me dijo que sí, algo que yo ya intuía».

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