Estitxu Retolaza Elkoro posa en un lateral del caserío familiar Uriburu, en el casco urbano de Elgeta. En el círculo, Aitor Mendikute. O. O. G.
20 años del crimen de Elgeta

«Da miedo saber que quien mató a la ama sale este año de la cárcel; se nos reabrirá la herida»

crónica negra de gipuzkoa ·

La familia de la estanquera de Elgeta apuñalada por un vecino hace mañana 20 años, asegura que «se aprende a vivir con esa marca, pero es algo que ni se olvida ni se perdona»

LARA OCHOA / OSKAR ORTIZ DE GUINEA

ELGETA

Domingo, 8 de mayo 2022

«Nadie sabe qué pasó en el estanco. Creo que él tuvo un mal día y mató a mi madre como le podía haber tocado a otra persona». Con un punto de emoción y enorme sencillez resume Estitxu Retolaza Elkoro el incomprensible asesinato de su ... ama, Arrate Elkoro. Mañana se cumplen 20 años desde que la estanquera de Elgeta fue apuñalada por Aitor Mendikute, un vecino que aquel jueves acudió al estanco a por tabaco y le dio por emplear fatalmente el cuchillo que todo el pueblo sabía que guardaba en un tobillo. Tenía entonces 34 años, y padecía «un trastorno psicopático», según recogió la Audiencia de Gipuzkoa en el escrito de la condena impuesta: 20 años por el asesinato y tres por el robo del dinero de la caja registradora. Tres meses antes había salido de prisión por segunda vez, tras siete años de pena por robo y violación frustrada. Este otoño recobrará la libertad, lo que inquieta en Elgeta y, en particular, a la familia Retolaza Elkoro. «Siento más miedo por mi hija que por mí, pero preocupa saber que va a salir; no sabes qué piensa, ni si siente rabia hacia nosotros por estos años en prisión», confiesa 'Esti'.

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La conversación discurre en el exterior del caserío Uriburu, donde Arrate residía con su marido, Luis, a quien Estitxu ha ido a visitar junto a su hija Lorea, como hace cada día. Su hermana, Larraitz, trabaja en Elgeta pero es la única que no vive en esta localidad de Debagoiena, donde mantienen presente la conmoción sufrida el 9 de mayo de 2002.

«Aunque al principio crees que no, aprendes a convivir con una tragedia así; pero la marca te dura siempre y ni lo olvidas ni lo perdonas»

Estitxu Retolaza Elkoro

Hija de Arrate Elkoro

Como cada mañana, aquel fatídico día Arrate salió de Uriburu sobre las 9.15 horas y recorrió junto a su perro, un yorkshire terrier, los 200 metros cuesta abajo hasta el estanco, hoy un local con las persianas bajadas. En sus soportales, en la trasera de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, Mendikute esperaba a que abriera para conseguir tabaco.

Arrate sabía que guardaba una navaja en el calcetín porque él mismo se la había mostrado una vez. Era asiduo a su establecimiento, y le abrió la puerta. Ambos entraron y, un suspiro después y apuñalada de muerte, la estanquera salió gritando «Mendikute, Mendikute». Llamó al timbre del portal de enfrente para pedir auxilio a su amiga Miren, que no estaba en casa. Tuvo arrestos para llegar hasta el hotel Elgeta –desde 2011, la casa rural Maialde–, dos portales más arriba, y volver a exclamar ante el encargado la identidad de su verdugo antes de desplomarse.

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4 días huido y 20 años preso

«Siempre crees que este tipo de sucesos –relata Esti– ocurren lejos hasta que te pasa a ti. Fue tremendo para la familia, y también para todo el pueblo de Elgeta. Aquellos días notamos su sufrimiento». El shock fue brutal. «Imagínate... Yo me casaba una semana después. Suspendimos la boda y mi pareja y yo nos mudamos al caserío para estar con el aita. Al principio piensas que nunca vas a dar la vuelta a algo así. Luego, con la familia, el trabajo..., aprendes a convivir con ello, pero es una marca que te queda para toda la vida y ni lo olvidas ni lo perdonas. Nosotros, desde luego, no tenemos que perdonar a nadie».

Si algo restañó aunque fuera someramente la herida fue «Lorea, que nació en el caserío un año después. Fue una alegría para todos. La ama ya no estaba, pero al menos teníamos a la amama. Recuerdo a menudo cómo le cogía la mano en la cocina. Era bonito». A su lado, Lorea sonríe cariñosamente, probablemente consciente de que «en casa nunca hablamos de aquello». De hecho, Lorea lo supo «por los amigos».

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Tras el crimen, Mendikute huyó por caminos forestales hasta Eibar, donde cogió un tren a Donostia. Se ocultó cuatro días en una zona boscosa tras los cuarteles de Loiola que –según un vecino– tal vez conociera por la existencia de un centro para menores. «He pasado la vida en reformatorios, psiquiátricos y cárceles», dijo el propio asesino en otro juicio previo. La Ertzaintza aguardó a que acudiera a alguna sucursal de Laboral Kutxa a cobrar el paro, como hacía cada mes a partir del día 10. Distribuyó su foto en las sucursales de la entidad, donde el lunes 13 fue reconocido por los empleados en la ventanilla de una oficina del barrio de Egia, que alertaron a la Policía. Con el dinero cobrado, se dirigió al cercano comercio de deportes Mendiola –ya desaparecido–, para adquirir unas botas de monte. Antes de que completara la compra, dos agentes de paisano hicieron salir a la dependienta para proceder a detenerle.

En dependencias policiales, prestó declaración en presencia de su abogado y confesó. Según dijo, actuó movido por un sentimiento de rabia porque la víctima alguna vez no le expendió tabaco. Según dos amigas de la estanquera, «no le solía pagar pero Arrate se lo daba». ¿Por miedo al saber que portaba un arma blanca? «¡Qué va! –opina Estitxu–. La ama le conocía porque iba al estanco, pero no había tenido problemas con él. Nunca nos dijo nada de eso. Vivíamos tranquilos». Durante el juicio, que empezó dos años y un día después del crimen, el marido y las hijas de Arrate explicaron que el agresor «le solía pedir un tabaco especial picado. Mi madre traía ese tabaco expresamente para él».

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Un psicópata

En la jornada que abrió el proceso, Mendikute se declaró inocente –«compré tabaco y me fui»–, aunque sí reconoció que padecía una psicopatía grave que, en ocasiones, «hace que pierda la consciencia. Si me da un ataque de nervios, ya no sé si lo que hago está bien o mal». La contundencia de las pruebas testificales y periciales presentadas en las siguientes sesiones llevó a su abogado a confesar el crimen en su nombre una semana después.

«Él no ha tenido ningún expediente en prisión y su trato conmigo era bueno; el problema de un psicópata es cuando se le altera»

Jon del Amo

Abogado de Aitor Mendikute

Fue condenado a 23 años, que cumple en la cárcel alavesa de Zaballa. Le restan seis meses. El letrado que llevó su defensa, Jon de la Maza, ha visitado «alguna vez» a su cliente cuando ha debido acudir al centro penitenciario alavés. «Conmigo siempre ha sido educado y ha tenido un trato correcto» y durante estas dos décadas «nunca le han abierto un expediente». Sin embargo, admite que «es un caso muy particular», el de «un psicópata» que «mientras no se altere, el trato con él es muy bueno».

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El temor a que cuando recobre la libertad pueda sufrir «un ataque de nervios» es lo que inquieta en Elgeta, donde su padre falleció en 2018 y ya no reside ninguno de sus seis hermanos –una hermana pidió perdón a la familia de Arrate tras el crimen–. Según su abogado, Mendikute ha gozado de al menos un permiso como preso de segundo grado, el pasado invierno. «Sabiendo que va a salir –apunta Estitxu–, nos sentimos desprotegidos y nadie merece vivir con este miedo». «Cuando mató a la ama –añade–, había salido de la cárcel tres meses antes y no estaba preparado para vivir en libertad. ¿Y quién puede determinar ahora que sí lo está? Es alguien reincidente tres veces... Hay enfermedades concretas que no merecen una segunda y una tercera oportunidad. No sé si su sitio es la cárcel o un centro especializado, pero no creo que sea la calle. ¿Cuántas vidas lo tienen que pagar?».

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