Algo más de 1.100 habitantes viven en Elgeta, que hace 20 años rozaba el millar. Sobre las 9.15 horas de este jueves –la misma hora y día de la semana que cuando Arrate Elkoro fue apuñalada el 9 de mayo de 2002–, ya ... hay cierta vida en el pueblo, donde niños y niñas han entrado al colegio público, algunas mujeres y hombres mayores hacen la compra o van al ambulatorio, y unas jóvenes toman un café en la terraza del bar Lola, frente a la plaza del ayuntamiento, al inicio de la calle San Roke, donde estaba el estanco en el que Aitor Mendikute cometió el crimen.
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Amaia Arantzeta no sospechó nada de él cuando, a primera hora de aquella mañana, entró en su panadería, de la que ya está jubilada. «Yo entonces fumaba y me preguntó si tenía un cigarro». Era algo que ya había hecho años atrás. «En Elgeta vendían los cigarrillos a peseta y como los jóvenes del pueblo no teníamos dinero, andábamos pidiéndonos». Aquella mañana le dio un cigarro a Mendikute, que «me dijo 'eskerrik asko, agur' y se fue a tomar un café». Lo hizo en el bar Iñaki –el actual Lola– y de aquí ascendió el centenar de metros hasta el estanco.
«Vi a Mendikute esperar en el estanco y no me quedé tranquila; decidí volver pero ya había pasado todo. Aún estoy viendo a Arrate»
Benedikta Bergaretxe, 'Bene'
Vio a Mendikute esperar a Arrate
Llegó «unos 15 minutos antes» de que Arrate abriera. Ahí se lo topó Benedikta Bergaretxe, 'Bene'. La campanera parroquial se sorprende de que mañana se cumplan «ya 20 años» de aquel día que vio a Mendikute aguardando a su «amiga íntima. Lo vi nervioso, mirando a un lado y al otro. Fui a casa y lo comenté a mi marido. No me quedé tranquila. Decidí desayunar e ir al estanco. Pasaría media hora y fui. ¡Adiós! Me encontré con todo... Enseguida dijeron que habían apuñalado a Arrate», rememora con «gran pena» esta mujer de 86 años y testigo en el juicio.
También testificó Miren Villar, la vecina cuyo timbre tocó Arrate tras ser herida de muerte. Esta elgetarra, de 90 años y una mente espléndida «aunque las piernas no me acompañan», lamenta que «ese día tuve que ir al médico con mi marido. Al salir de casa –su ventana da al estanco–, Arrate estaba agachada abriendo la persiana, y Mendikute tenía la mano apoyada en la persiana. Ella no me vio, pero él sí». No le dio más importancia, aunque recuerda que Arrate le solía decir que «estaba más tranquila en el estanco cuando veía luz en mi ventana».
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«Pasó por mi panadería, se tomó un café en el bar y se fue al estanco; hasta que le detuvieron le pedí compañía a mi hermano»
Amaia Arantzeta
Le dio un cigarro antes del crimen
En el casco de Elgeta todo está cerca. También el consultorio médico, junto al edificio consistorial. «Al poco de entrar, llegó una mujer pidiendo un médico porque habían acuchillado a Arrate. Al regresar a casa, su marido, Luis, estaba en la calle. Fue terrible». Recuerda Miren cómo otra vecina, Purita, «la vio tambaleándose y le gritó desde la ventana qué le pasaba. Arrate fue de ahí al hotel (Elgeta)» que regentaba Carlos Martín, ante quien la víctima volvió a clamar «Mendikute, Mendikute».
«Ella me contó que él no le pagaba el tabaco y a ver qué podía hacer; le dije que no le diera más y tal vez es lo que hizo; eso me remueve»
Miren Villar
Vio a Mendikute con Arrate
Dada la gravedad de las heridas de Arrate, difícilmente Miren habría podido hacer nada por su vida en caso de haber estado en casa cuando le tocó el timbre. Pero aún hoy le remueve recordar cómo «ella me contó que Mendikute no le pagaba el tabaco, y a ver qué podía hacer. Yo le dije que no le diera más... Seguramente es lo que hizo ese día», sugiere con pesar.
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Intranquilidad
En Elgeta saben que Mendikute saldrá «pronto» de prisión, lo que turba a la población que lo conoció. 'Bene' y Miren aseguran «no» temerle y Amaia le guarda «respeto», pero ha perdido aquel «miedo» que sentía cuando este hombre salió de la cárcel de Logroño tras cumplir su segunda pena, el 29 de enero de 2002, por robo y violación frustrada. «Hasta que no le detuvieron no estuve tranquila en la panadería. Le decía a mi hermano que me acompañara», reconoce Amaia. «Yo sabía que llevaba un cuchillo en la bota, pero nunca sentí peligro si nos cruzábamos en el monte. Nos saludábamos y tira...», apunta 'Bene'.
Nadie ha vuelto a ver a Mendikute, aunque en el barrio bergararra de Ubera, a apenas 3,1 kilómetros de Elgeta en su vertiente desde Bergara, dos vecinos aseguran que «hace unos meses vinieron desde el ayuntamiento casa por casa para avisarnos de que Mendikute iba a salir». Si lo hizo, no se dejó ver por Elgeta, donde lloran a Arrate y recuerdan la infancia difícil de Mendikute. Se crió en un caserío solitario –que luego se quemó y sigue en pie la mitad, aunque ahora ya no es habitable–, a 1.200 metros de Ubera, en las faldas de Elgeta. Es el segundo de siete hermanos y «de pequeño sufrió maltratos. En casa había un problema de alcoholismo y le pegaban. Los padres se separaron». Con 9 años se fue de casa y empezó una ruta por reformatorios y psiquiátricos. Una mujer que pide el anonimato cuenta que «durante un año lo acogió un matrimonio del pueblo, él psicólogo y ella farmacéutica, para intentar reconducirlo. Pero no había nada que hacer con él». Y nada lo detuvo cuando sacó el cuchillo aquella mañana en el estanco.
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