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Aute, en Donostia en 2008. Se podía salir a la calle y fumar. USOZ
La muerte de Aute nos confina aún más porque revuelve la memoria sentimental: historia de dos noches donostiarras con el artista

Date prisa que ya son las 4 y diez

Aquí, encerrados ·

La muerte de Aute nos confina aún más porque revuelve la memoria sentimental: historia de dos noches donostiarras con el artista

Mitxel Ezquiaga

San Sebastián

Domingo, 5 de abril 2020

El confinamiento nos vuelve más sensibles. Disfrutábamos ayer del sol de sábado que bañaba nuestras celdas cuando llegó la noticia de la muerte de Luis Eduardo Aute. Sabíamos que llevaba años enfermo, pero ese fogonazo agitó la memoria de quienes somos herederos de su educación sentimental. Aute era un fabricante de emociones que nos acompañaron durante tiempo. Piezas de orfebrería como la canción 'Las cuatro y diez' cuentan en tres minutos más historias sobre la vida que algunas series en interminables temporadas. Somos lo que soñamos y perdimos, o lo que nunca tuvimos. A partir de ahora seremos también lo que ganamos y perdimos confinados: lástima que Aute no pudiera cantar un día los versos del coronavirus.

Estoy en pleno 'revival' del artista, asociando sus canciones con mis mejores y peores momentos, cuando Amaia, una de mis jefas (sí, Luis Eduardo, a mí también me encanta tener jefas, con a) me reclama este diario del aislamiento. Me encomiendo a Aute porque en su música está la respuesta a todas las preguntas y porque estamos en Donostia, la ciudad que bien podría haber sido la isla de su naufragio (enseguida lo contamos).

Tuve la suerte de pasar dos noches donostiarras con Aute. Les propongo recordarlas porque es una forma de salir de tragos, aunque sea figurada, y de recordar el tiempo en que íbamos a los bares...

«Donostia es la isla ideal para un naufragio», decía esa noche Aute a Loquillo en el bar del Cristina

Hace quince años le invitamos a un recital de poesía en Tabakalera cuando aquello era todavía una fábrica destartalada, antes de la domesticación, y Aute leyó sus poemas como si estuviera haciendo el amor a cada espectador (bueno, especialmente a ellas). Luego, como doctor Jekyll y Mister Hyde (o viceversa), en la cena de Rekondo el poeta se transformó en una especie de Arévalo contando chistes más propios de cassette de gasolinera que del artista enamoradizo. Era muchos Autes y todos tenían encanto.

Otra. No hace tanto, tras uno de sus conciertos en el Victoria Eugenia (deliciosos, como siempre: nunca defraudaba) los buenos oficios de su amigo Iñigo Galatas nos llevaron a una cena de medianoche chez Humada. Y rematamos la velada en el bar del María Cristina hasta que nos dieron «las cuatro y diez» (pero de la madrugada) en tertulia con Loquillo y su chica, Susana Koska.

Fue como un máster con gin-tonics. Hablaban de la música y del arte como dos poetas románticos, pero también de las bambalinas del oficio y de sus canalladas, como dos obreros del arte echando pestes de los gajes del trabajo. Fito, el camarero, apagó la luz y nos dejó las copas. «Es hora de cerrar, pero esta charla no se puede interrumpir».

Y aquí llegamos al argumento del encierro. Aute alababa a Loquillo el gusto por haber elegido San Sebastián como refugio. «Es la isla ideal para sobrevivir a cualquier naufragio... siempre que pudiera escaparme de vez en cuando», bromeaba el autor de 'Al alba'. Y el rockero del tupé le escuchaba complacido. Ayer colgó en Instagram una vieja dedicatoria de Aute. «Para el Loco, con todo mi afecto de muchos años».

Nos quedan su música, y sus libros, y su cine. Cuando vino al Festival a presentar su extraña película de animación 'Un perro llamado dolor' me regaló una camiseta del filme, que nos poníamos en casa y mis hijos asociaban a «las otras cosas» de Aute. Porque su música ya se la hemos transferido.

La muerte de Luis Eduardo Aute nos deja un poco más confinados, sí. Recuperar sus canciones es una forma de llenar con metáforas este aislamiento. Escuchas 'La belleza' o 'De alguna manera' y te sientes menos solo. Luego ya enciendes la tele y encuentras a Pedro Sánchez en La Moncloa avisando que esto será largo, lento y duro. Para eso ya estábamos preparados. Lo que nos pilla sin anestesia son los intentos del presidente de hacer poesía. Sánchez no es Aute.

«Luego volví a la academia, para no faltar a clase de francés; date prisa que ya son las cuatro y diez». Y recordamos que estas semanas vivimos sin academia y sin prisas. Aquí encerrados siempre son las cuatro y diez.

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