No me deje morir solo
El Árbol de la Ciencia ·
La frase pronunciada por una enfermera en el acto de homenaje a las víctimas atestigua la crueldad del CovidEl Árbol de la Ciencia ·
La frase pronunciada por una enfermera en el acto de homenaje a las víctimas atestigua la crueldad del CovidLa muerte en soledad, sin la compañía de los seres queridos, sin una caricia ni un abrazo de despedida, es la imagen más dura de la pandemia. Sus cuerpos no pudieron ser vistos ni velados y fueron despedidos por su más estrecho núcleo de allegados ... en el cementerio. Aunque, gracias a los actuales protocolos y cuidados médicos, se trate de una muerte indolora y sin angustia, no deja de ser algo inusual que siembra las noches de inquietud, dudas y pesadillas y hurta el duelo a las familias.
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Los sucesos de personas desaparecidas y el esfuerzo de sus allegados por encontrar los restos ponen de manifiesto que nos acongoja ignorar dónde yace el cuerpo de un ser querido, aunque haya una certeza absoluta de su muerte. La tragedia del vertedero de Zaldibar y el giro del caso Madeleine han reavivado esta realidad. La angustia se transmite de generación a generación, como muestra el deseo de recuperar los cadáveres asesinados y enterrados en fosas comunes en las cunetas durante la guerra. El neurocientífico Robert Sapolsky estudió en profundidad a qué obedece esta necesidad. Concluye que se trata de un impulso natural, exclusivamente humano y presente en casi todas las culturas del planeta (Se dice que los elefantes también entierran a sus muertos. De hecho, transportan sus huesos, los cubren de vegetación antes de abandonarlos y los lloran, pero no está claro que existan cementerios de elefantes). Las razones por las que los vivos se esfuerzan en recuperar, ver y enterrar a sus muertos son variadas. Algunos pueblos velan el cadáver durante días para certificar que está realmente muerto y evitar que sea enterrado con vida. Otros precisan descubrir cómo murieron (peleando, ejecutados, de modo rápido, torturados, etc). Otros lo hacen para asegurar el bienestar del muerto en la vida eterna o porque sus ideas religiosas o culturales exigen rituales físicos antes de ser enterrados. Sin embargo, la mayoría lo hace por la tranquilidad, el prestigio y el poder de los vivos, algunos especialmente «vivos», ajenos a la familia y sedientos de popularidad y propaganda.
Los ritos fúnebres no siempre guardan relación con la religión ni provocan tristeza. Son ceremonias de despedida universales que ayudan a superar el duelo. El duelo no es privativo del ser humano, sino que también es observable en animales porque hunde sus raíces biológicas en el sentimiento de apego. Es una reacción normal y esperable y no una enfermedad mental, aunque se trate de un proceso doloroso y se acompañe de angustia, ansiedad y tristeza. Es la recuperación del equilibrio emocional tras un periodo de sufrimiento. La vuelta a la normalidad. La sociedad occidental tiende a ponerse una venda en los ojos ante la debilidad y la pena y, en ocasiones, intenta esconder todo lo relacionado con la muerte. Otras culturas más primitivas viven estos procesos biológicos de un modo más natural y toleran e incluso estimulan las manifestaciones de dolor y amargura, lo que ayuda a superar este trance vital.
La psicóloga Elizabeth Kübler-Ross afirmó que en nuestra sociedad se tiende a reaccionar ante un hecho trágico, como la muerte o el diagnóstico de una enfermedad grave, con una secuencia de etapas bien definidas. La primera es la negación y se sigue por la rabia, la negociación, la depresión y, con un poco de suerte, la aceptación. Para llegar a aceptar una tragedia hay que vencer la primera etapa, la de negación de lo ocurrido. En el caso de la muerte, ver el cuerpo y despedirlo en compañía de los seres queridos es un alivio que ayuda a superar la fase de negación y marca el inicio del duelo. Este es el drama de las familias de personas desaparecidas en conflictos bélicos, dictaduras, catástrofes naturales, accidentes o en manos de organizaciones criminales. Al largo y triste listado de causas y víctimas hay que unir desde hace unos meses las más de 40.000 muertes en la soledad de una UCI o una residencia de ancianos por la COVID. Descansen en paz. Habrá más muertes hasta la llegada de una vacuna eficaz. ¿Cuántas? En parte depende de nosotros.
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