Será posible que nunca haya hablado aquí de salud mental tras más de 20 años dando la chapa? Pues primer capítulo. No la deis vueltas; si tenéis problemas mentales serán por lo que sea, pero no porque vuestros padres nunca os dijeran «te quiero». No, ... por lo menos en mi generación. A mí nunca me lo dijeron pero me sentí querida a morir. Me daban el pastel más jugoso o la última aceituna; celebraban mis ochos en matemáticas, me aplaudieron cuando canté fatal en la función del cole, sentí que, a sus ojos, era la más pizpireta con mis pantalones rojos, me contaron cien veces el cuento de 'Toñito y Belita' (versión ¿pamplonesa? de 'Hansel y Gretel'), me besaron heridas en la rodilla, lloraron como a escondidas cuando me vieron sufrir…
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No sintáis envidia cuando veáis en la películas cien tequieros en cada llamada telefónica o al despedirse por la mañana. Es como lo del desayuno; he aquí una metáfora: nos alimentaron bien con colacao y galletas aunque no nos hacían huevos para desayunar. Como consecuencia, quizá, se te van los ojos cuando ves huevos revueltos en el bufé de los hoteles. Es por eso.
Como la tontadelbote que fui, a mí lo que me marcó de las películas de mi infancia fue lo guapas y repeinadas que bajaban a desayunar las niñas. Es decir, 'bajaban', o sea, que vivían en un chalet y no se cruzaban con la familia por el pasillo en pijama y despeluchadas. ¡Qué mal me hizo «Tú a Boston y yo a California»!
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