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DV, testigo en la frontera
Devoluciones en caliente en la mugaOskar Ortiz de Guinea
Irun
Jueves, 25 de enero 2024, 01:00
No hablaba ninguna de las lenguas habituales entre las personas en tránsito que pasan por Irun. Ni francés, ni árabe, ni fula, ni inglés... Casi no le hizo falta recurrir a su portugués, porque su cara expresaba claramente su cansancio y preocupación cuando el pasado jueves por la mañana apareció en la plaza San Juan de Irun. Su presencia, detectada ya la víspera por la noche, llamó pronto la atención del grupo de voluntariado que apoya a las personas migrantes en la frontera bidasotarra. Sin embargo, el primer caboverdiano que recuerdan haber visto desde la irrupción del fenómeno migratorio en la muga hace cinco años y medio, no emigraba a ningún sitio. Había pasado la madrugada al raso después de que, en el peaje de la A-63 en Biriatu, la policía francesa diera el alto al autocar de FlixBus que cogió en Lisboa rumbo a París. Cuando le requirieron sus papeles, según contó, presentó su pasaporte y una fotocopia de su permiso de residencia en Portugal. Los agentes le reclamaron el documento original y, como no lo llevaba, lo trasladaron en su vehículo hasta Irun. De nada le sirvió tratar de hacerles ver que se dirigía a París a visitar a su padre, al que llevaba «casi 15 años» sin ver. En una pequeña bolsa, mostraba el pescado con el que quería obsequiar a su progenitor.
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La víspera, otros dos chicos fueron interceptados por la Police Nationale en Hendaia. Habían sorteado la vigilancia de los dos agentes apostados en el puente de Santiago pero se vieron sorprendidos por los dos que hacían guardia ante las estaciones de tren y Topo. Como al hombre de Cabo Verde, los montaron en su coche policial y los depositaron al otro lado del Bidasoa, tal como recogen las imágenes de estas páginas. Horas más tarde, volverían a poner sus pies en Iparralde. «Todos los días tenemos conocimiento de este tipo de devoluciones», reitera Ion Aranguren, de Irungo Harrera Sarea.
El también miembro de SOS Racismo lleva más de cinco años denunciando estas prácticas sobre un perfil concreto, «las personas negras». Lo comprobamos el sábado con un autobús de Hegobus en Behobia, donde la criba policial se rige por el color de la piel. «Les da igual que sea algo tan evidente –añade Aranguren–, que vulnere derechos fundamentales y los acuerdos dentro del espacio Schengen. Hemos visto devolver a mujeres con niños de escasas semanas. El otro día nos llegó un mauritano al que habían devuelto a pesar de que tenía un visado de turista, por lo que tenía libertad para moverse dentro de la Unión Europea».
Aunque a finales de octubre Francia accedió a reabrir el puente Avenida, el paso peatonal paralelo al puente de Santiago, el Estado galo no ha relajado el cerco a la inmigración que llega de África, tras un viaje lleno de calamidades y a menudo muertes. No hay que rebuscar para encontrar el drama en la plaza San Juan. Asoma mientras una voluntaria centra su cariño en Eric, un niño camerunés de apenas 5-6 años que va de la mano de su padre. Lejos del oído de su hijo, el hombre se acerca a la mujer y le susurra que la madre murió en el Atlántico. Una revelación que suena a sobrellevar el duelo como buenamente se puede.
Episodios como este se escuchan a diario en Irun. Aranguren, sin embargo, no puede evitar dejar escapar una sonrisa irónica ante los controles galos. «Si haces el esfuerzo de abstraerte del drama y las penurias que esta gente lleva en su mochila, esta frontera es surrealista». Se refiere a las grietas del 'muro' que Francia ha levantado donde no debiera existir una muga. «Si de verdad quisieran que no entrara nadie (de forma irregular), no entraría nadie. En el fondo, quien quiere pasar lo acaba logrando ya sea a la segunda, a la tercera o a la cuarta».
Para comprender las palabras de Aranguren, basta con observar la actitud policial en los puntos claves. Casi lo único que varía es el modelo de los vehículos patrulla: una Citroën Berlingo en el puente de Santiago, una Peugeot Rifter en la estación, un 3008 en el puente de Behobia. Los agentes permanecen largo tiempo resguardados en su habitáculo y salen si algo les llama la atención: alguien negro con mochila o un furgón o un autobús que pueda llevar a alguien de ese perfil.
Algo similar ocurre en los lindes entre Francia e Italia. «No solo Francia blinda sus fronteras, otros países también montan las suyas para controlar la migración», avisa Aranguren. Así lo han hecho últimamente Alemania con Polonia y la República Checa; estos dos países y Austria, con Eslovaquia; Hungría, con Bielorrusia...
Tras una semana que ha experimentado un repunte en la llegada de migrantes a Irun, Aranguren alerta de la nueva ley de inmigración de Francia que hace un mes aprobó la Asamblea Nacional con el apoyo de la derecha y la extrema derecha, mientras el partido de Macron dividía el sentido de sus votos. «En muchos sentidos es más restrictiva», observa. Mientras endurece el acceso a la nacionalidad o la reagrupación familiar, la norma también prevé, en sectores con falta de mano de obra como construcción o restauración, la regularización de un cupo anual de esos 'sans papiers' a los que levanta un muro en Irun.
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