Secciones
Servicios
Destacamos
Si se preguntara a alguien si tiene derecho a recibir sangre en una crisis sanitaria, «seguro que respondería que sí. Todo el mundo cree que tiene derecho a recibir sangre si la necesita, pero poca gente se da cuenta de que para ello, primero hay ... que donar», apunta Mielanjel Amenabarro, legorretarra que ha sido donante durante más de 50 años y que cuenta con más de 120 donaciones a sus espaldas. «La transfusión de sangre, a día de hoy, es un derecho», coincide Sabin Urcelay, presidente de la asociación de Donantes de Sangre de Gipuzkoa; pero esto no siempre ha sido así.
Ahora lo conocemos como un derecho y como una acción solidaria al alcance de todos, pero antes, la oportunidad de recibir sangre y seguir viviendo era un lujo accesible para unos pocos. Como si de oro líquido se tratara, solo aquellos con las capacidades económicas para pagar al donante, o que contaran con amigos y familiares dispuestos a reponer su sangre, podían recibir una transfusión.
Hay que remontarse a 1964, época en la que «muchas personas que se trasladaban a trabajar a Gipuzkoa en diferentes sectores industriales y de la construcción», no tenían cómo hacer frente a sus necesidades hemoterápicas. Un día de noviembre de ese mismo año, un grupo de enfermeras y oficinistas de Acción Católica, entre ellas Teresa Lángara y Gregoria Bergareche, se juntaron y decidieron que las diferencias a la hora de poder recibir o no una transfusión de sangre «no eran justas». Entonces, tomaron iniciativa; comenzaron a donar, y poco a poco se fueron uniendo familiares, amigos y simpatizantes. Así, el 27 de noviembre se constituye formalmente, en un piso de la Alameda de Calvo Sotelo, 7 (hoy Boulevard), la asociación de Donantes de Sangre de Gipuzkoa.
En una de las primeras juntas, según consta en acta, se decidió que «el primer Hospital al que se destinaría la sangre obtenida de las donaciones sería al Sanatorio Antituberculoso, por hallarse enfermos de distintas provincias, sin familiares ni personas conocidas que en un momento podrían responder dando sangre», cuenta Urcelay.
Un año después, la asociación obtuvo 200 unidades de sangre de voluntarios sin un destinatario determinado, y en 1973 se registró la donación del donante número 10.000, en Bergara. Tal y como recogió este periódico aquel día, «el que dona sangre desinteresadamente no mira ni a quién ni a dónde va, sino que es para un bien general». Seis décadas después, la filosofía sigue siendo la misma, y ni el paso del tiempo ha conseguido cambiarla.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.