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Los policías franceses que desde la cumbre de Biarritz (2019) hasta la pasada Navidad se venían turnando en los puentes de Santiago y Behobia bajo ... pretextos como prevenir un atentado terrorista o restringir la movilidad durante la pandemia, regresaron a su garita el pasado lunes. Y, de nuevo, su presencia hace evidente que sobre el río Bidasoa se eleva una frontera que en realidad no existe dentro del espacio europeo Schengen. Esa barrera humana es más palpable sobre todo «si eres negro», asegura Ion Aranguren, miembro de SOS Racismo e Irungo Harrera Sarea, desde la plaza San Juan. «En más de una ocasión hemos denunciado esos controles racistas, y lo seguiremos haciendo», alza la voz Xabier Legarreta, director de Migración del Gobierno Vasco.
El detonante del regreso de los controles policiales a los puentes fue el asesinato de un profesor de instituto de Arras a manos de un joven islamista radicalizado de origen ruso. Pero, en realidad, Francia tampoco había relajado su vigilancia. Al contrario. «Desapareció la presencia policial, pero endurecieron la vigilancia por cámaras de seguridad y también en otras zonas algo más alejadas de los puentes», afirma Legarreta.
Con el director de Migración conviene Aranguren al señalar que «ahora hay policías en los puentes, pero tampoco los controles son muy exhaustivos. Están ahí, como cubriendo el expediente, salvo si eres negro. Que en ese caso, te paran», tal como venían haciendo en los últimos meses «en carreteras del interior o en autobuses y estaciones». O en el aeropuerto de Biarritz, donde en un control fueron devueltos a Irun «varios chavales» subsaharianos.
Que las garitas provisionales vuelvan a estar ocupadas sí está generando que «quien quiere pasar, tome más riesgos». Hay que recordar que sin vigilancia sobre los puentes en todo 2023, tampoco ha habido que lamentar ningún nuevo ahogamiento en el río Bidasoa, aunque también es cierto que el flujo migratorio por Irun se encuentra «en mínimos históricos», recuerda Legarreta.
«Les puede costar más o menos, pero antes o después todos terminan pasando», atestigua Aranguren. Con esa esperanza se plantaron ayer en el puente de Santiago seis sudaneses. El más joven, con 18 años, responde al nombre de Ahmed, que abandonó su casa «hace tres años». Con 15. Habla un castellano bastante correcto para haberlo aprendido en «dos meses en Ceuta», por donde entró a España sin decir cómo pese a nuestra insistencia. «Lo peor fue pasar Marruecos», resume antes de preguntar: «¿La policía no se va nunca?».
Irungo Harrera Sarea viene atendiendo en la plaza San Juan «a 250-300» migrantes en tránsito al mes. Según Legarreta, las cifras cuadran con los «más de 2.100» que hasta finales de septiembre habían pasado este año por el recurso de Hilanderas, donde se preparan para una mayor afluencia, teniendo en cuenta el flujo que recibe Canarias. «Si se da ese caso, estamos preparados».
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