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Al envejecer el cerebro pierde muchos contactos sinápticos y relativamente pocas neuronas, quizás por su significado en nuestro sentido vital. Estas células tan especiales no se dividen a lo largo de la vida. Una neurona es para siempre. Acumulan la información que el cerebro ... procesa durante nuestra existencia, en forma de vivencias, sentimientos, aprendizaje y emociones que conforman nuestro yo, único, intransferible y perdurable. Es nuestro patrimonio mental que se conserva y continúa enriqueciéndose a edad avanzada. Solo se desintegra en caso de enfermedad, como el alzheimer.
El cerebro dispone de tres mecanismos para adaptarse a los cambios propios del envejecimiento. Son la plasticidad, la neurogénesis y la reserva cognitiva. La plasticidad es la capacidad para formar o perder contactos entre neuronas, de reforzar o debilitar conexiones y de crear o eliminar circuitos, en respuesta a estímulos que proceden del entorno exterior y del propio organismo. El cerebro está en continuo cambio y remodelación. La plasticidad se estimula al aprender cosas nuevas. No en vano, el cerebro es una máquina concebida para procesar información, aprender y predecir. Además, existe una modesta capacidad de generar nuevas neuronas. Un 35% de las neuronas del hipocampo son recambiadas a un ritmo del 0,004% al día. Es decir, cada día nacen 1.400 neuronas que se dirigen a una región que sufre mucho el paso del tiempo. Por último, la reserva cognitiva aporta resiliencia al cerebro. Esta reserva es el fruto de las experiencias intelectuales y sociales acumuladas a lo largo de la existencia.
En la actualidad hay 20 veces más personas centenarias que en 1980. Las personas nonagenarias y centenarias que conservan una memoria excelente ofrecen claves para envejecer con éxito. Su cerebro muestra cambios característicos del alzheimer y pequeños infartos cerebrales en un grado leve. Parece que los mecanismos de adaptación mencionados funcionan muy bien, lo que ralentiza la difusión de las lesiones y evita su expresión clínica. Cuando se estudia cómo resuelven pruebas de memoria, se observa que activan regiones de los dos hemisferios cerebrales (los jóvenes activan solo las de uno y con mayor intensidad). Es decir, optimizan el uso de las redes neuronales de ambos hemisferios. Es probable que este envejecimiento exitoso tenga un componente genético (es frecuente verlo en varios miembros de una misma familia), pero una parte relevante se adquiere a lo largo de la vida llevando un estilo de vida saludable. La evidencia científica es cada vez más apabullante. Este estilo de vida está compuesto por: Alimentación sana (dieta mediterránea o plato de Harvard. En la primera la base la constituyen cereales y legumbres y en la segunda, las verduras y frutas), dormir un sueño reparador de 7 horas, corregir la sordera (aísla mucho), evitar la polución (no frecuentar zonas muy contaminadas), aliviar el estrés, no fumar ni consumir alcohol ni otros tóxicos, controlar la tensión arterial, diabetes y colesterol, tratar la depresión (a veces unida a la soledad), realizar ejercicio físico diario moderado, mantener la interacción social y una actividad intelectual continuada. Todo está en su mano, sin necesidad de recurrir a carísimos centros antiaging ni dudosos elixires de la eterna juventud.
La vejez y la jubilación son liberadoras de sinapsis. El «tengo que» de la etapa laboral se sustituye por el «hago esto porque me interesa, me gusta y quiero aprender». Así se crean nuevos contactos sinápticos en las áreas frontales y el hipocampo, las más sensibles al paso del tiempo. Cajal decía que la vejez comienza cuando se pierde la curiosidad, que, junto al optimismo, es el motor para aprender y llevar una vida física, intelectual y social activa. No se deje derrotar y aprenda cosas nuevas. Cada vez vivimos más tiempo y hay más ancianos. Alcanzar esta fase vital con un cerebro sano es un objetivo personal, social, político y económico de primer orden. Encajar esta realidad en el futuro es un desafío que hay que acometer sin dilación.
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