Llegó al espigón de la Zurriola arrastrando los pies con un bastón, zapatillas blancas, chándal azul y gorra madrileña. Llovía suave. Nos dimos las buenas noches y me dijo: «¿Ha visto cómo se hunden las piedras?». Me explicó que al principio los bloques de caliza ... de la escollera eran perfectos. «Ahora tienen las esquinas rotas. Antes estaban a la misma altura del paseo, ahora los chavales dan un salto para bajar. Se van hundiendo en la arena». Aquel señor veía disolverse las rocas en el océano, veía la velocidad lenta del mundo.
Publicidad
Tardamos diez minutos en recorrer los 250 metros de vuelta hasta el puente de la Zurriola. Me puse a su izquierda, porque se le había estropeado el audífono derecho, y me contó que tenía 88 años, que había nacido en Jaén, que le tocó pelear en Teruel, Guadalajara y Belchite, y lo peor de todo, en la batalla del Ebro. «Allí nos zurraron bien, los aviones alemanes y los tanques italianos. En la guerra me fusilaron al padre, a un hermano y a tres primos. Yo me escapé a Francia y allí me mandaron al frente, porque ya venían los alemanes. Luego De Gaulle nos envió una carta a los soldados extranjeros y nos ofreció la nacionalidad francesa, me quedé treinta años pero la nacionalidad nunca la quise».
En el puente nos despedimos. «Me llamo Eduardo. Si me ve otro día, salúdeme, porque yo no lo voy a reconocer. A veces vengo con mi mujer, pero a ella le cuesta mucho. Andamos muy despacio». Ocurrió hace unos años, la vida pasa veloz.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.