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No recuerdo cómo me llegó la noticia de que ETA había asesinado a Froilán Elespe, concejal socialista de Lasarte, pero no me olvido del momento en que vi su fotografía en el telediario. Se me subió el corazón a la garganta: Elespe era el hombre ... de pelo blanco que se sentaba dos filas debajo de la mía en el estadio de Anoeta, con el que me cruzaba un saludo al llegar, otro al marcharnos y alguna de esas sonrisas entre desconocidos durante la celebración de un gol. Yo no sabía nada de aquel hombre, un espectador tranquilo y amable, más calmado que su amigo del asiento contiguo, un señor de bigotes inquieto y gritón. Hace veinte años, una de las maneras de enterarse de que alguien trabajaba de concejal era esa: la noticia de su asesinato.
Su hijo Josu Elespe, en una entrevista que le hizo Arantza González Egaña en este diario hace unos días, contó que Froilán se negaba a vivir con miedo: «El sábado anterior al atentado, entramos a un bar a ver el partido de la Real Sociedad, su gran pasión, y se puso de espaldas a la puerta. No le vi ninguna preocupación». Recuerdo el asiento vacío de Elespe en el siguiente partido de Anoeta, el silencio del club, los susurros consternados de su amigo el bigotudo con otro espectador de su fila. Recuerdo que yo sabía muy bien de qué hablaban y que también me quedé callado, leo que ese día la Real ganó 3-0 al Oviedo y supongo que celebraríamos los goles, dando la espalda a Froilán Elespe.
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