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De Endarlatsa a Ibardin, el paseo por la cresta fronteriza ofrece un panorama espectacular: la costa desde Matxitxako hasta las Landas, las colinas verdes, los valles profundos, las primeras cumbres del Pirineo, los caballos rubios que cruzan una y otra vez la muga para comerse ... la hierba del norte y la hierba del sur. En este paraje idílico, junto al mojón fronterizo número 8, el 20 de enero de 1965 encontraron un cadáver. Era un portugués de 35 años que murió «por anemia, hemorragia y frío». En el mojón 29, el 19 de abril de 1963 encontraron a otro portugués «estrangulado a mano». En 1965 apareció otro, con la cabeza reventada, en el polígono industrial Bidasoa. En 1966, uno arrojado a un canal y otro muerto de un tiro en el arcén de la carretera. La historiadora Rosa Arburua escribió una investigación sobre los ochocientos mil portugueses que cruzaron esta muga en los años 60, huyendo de la miseria y las guerras coloniales. Relata engaños, malos tratos, asesinatos, ahogamientos en el Bidasoa, docenas de muertos sepultados en nuestra desmemoria.
Hace un mes salvaron a un guineano de 22 años de morir helado en el Bidasoa. La semana pasada encontraron a un eritreo de 21 años ahorcado en la orilla. Estos días han negado el refugio nocturno a chavales africanos que llegan muy tocados tras su odisea. Nuestra tierra es un paraíso para quienes vivimos como excursionistas, en el sitio exacto en el que otros encuentran la estación final de su infierno.
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