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El monitor de Hondarribia acusado de abusos sexuales a once menores, «llegó a convertir la escuela de surf en un auténtico rebaño, en una auténtica ... maquinaria del abuso sexual sobre menores», según ha considerado probado el fiscal durante la exposición de sus conclusiones finales en la octava jornada del juicio que se desarrolla en la Audiencia de Gipuzkoa desde el lunes día 10. De esta manera, ha mantenido su petición de 85 años de prisión: 84 por once delitos de abuso sexual a menos de 16 años en distinto grado, y un año más por posesión de material pornográfico infantil.
El fiscal, que durante casi dos horas ha ido detallando víctima a víctima los hechos que imputa al acusado, un vecino de Hondarribia de 41 años que regentaba una escuela de surf, considera que este repetía un mismo 'modus operandi' para lograr someter a sus alumnos, «siempre niños, no niñas», «a sus más oscuros deseos sexuales» entre 2011 y 2021. Ha descartado que las denuncias de las familias obedezcan «a un complot» orquestado por las supuestas víctimas, tal como planteó este miércoles el propio instructor para darle «un escarmiento». En este sentido, al fiscal le resulta «curioso» que el único «comportamiento sexual» que el acusado admitió en su declaración, fueron dos masturbaciones mutuas con un menor «cuando ya había cumplido 16», una edad que marca una barrera significativa a la hora de aplicar las penas recogidas en el Código Penal.
Según el fiscal, el procesado presuntamente se valía «de la superioridad moral que le otorgaba» su autoridad como profesor, su edad, y «la confianza generada previamente» desde que los menores se apuntaban sus clases, y «de la relación que mantenía con la mayoría de los padres y familias, que lo veían como una figura de respeto y autoridad, y en quien confiar sus hijos menores de edad». En opinión del representante del Ministerio Público, «la mecánica era siempre la misma: Aprovechaba una situación que sorprendiese al menor, y empezaba a tocarle de improviso, siempre a solas, alejados de la mirada de cualquier persona».
La acusación recoge que los hechos evolucionaban «de tocamientos en zonas íntimas» a «prácticas más gravosas, como felaciones sexuales, accesos carnales» orales y anales, ya fuera en su casa, en su furgoneta o en los campamentos que organizaba. «Las víctimas, siempre sorprendidas de improviso, eran incapaces de reaccionar» por «muchos motivos». «En primer lugar, ¿quién se iba a imaginar que un monitor del sur pudiera llegar a hacer eso? En segundo lugar, ya no era un monitor, era un amigo».
Además, los menores, que «en su mayoría tenían 12, 13, 14, 15 años», se quedaban «consternados por la diferencia de edad existente» y por el «miedo» a «ser reemplazados» en su condición de «favoritos» del monitor, lo que les suponía perder ese «trato de favor», o incluso «a ser apartados del grupo», algo que el instructor les hacía ver «si no accedían a sus chantajes».
Para conseguir su objetivo sexual, el monitor «coaccionaba» y «manipulaba» a los menores. «Les hacía sentir en deuda, poniéndose de relieve constantemente todo lo que hacía por ellos. Los menores que no tenían experiencias previas en materia sexual, en muchos casos, ni comprendían inicialmente el sentido de lo que estaba sucediendo. De este modo, el procesado llegó a convertir la escuela de surf en un auténtico rebaño, en una auténtica maquinaria del abuso sexual sobre menores».
Con sus prácticas, consiguió que los menores «normalizasen dicha dinámica. Ya que incluso alumnos que eran amigos de toda la vida, llegaron a perder su amistad por luchar por el afecto y atención» del monitor.
El fiscal considera acreditado que el monitor se aprovechó también de la imagen que se ganó en las familias, «que lo veían como una figura en quien confiar, cuando realmente sus hijos, desgraciadamente, se encontraban en la boca del lobo». Y por otro lado, los niños veían a su profesor «como una figura a seguir, llegando a tener como meta su modo de vida». Y para ello, aprovechó su escuela, su «feudo» para «llevar a cabo sus prácticas lascivas».
Así, como «un lobo que espera a su presa», alteraba «los recorridos de la furgoneta, siguiendo trayectos ilógicos con la finalidad de quedarse con el alumno escogido, el favorito. Aprovechaba los ratos de soledad con algún alumno en esa furgoneta para someterlo sexualmente, mientras los demás estaban tranquilamente en las olas «generalmente» en «Hondarribia, Zarautz, Hendaia y, especialmente, en los diferentes surf camps» en las Landas. «Además, aprovechándose de su buena imagen en el pueblo, invitaba a los alumnos a su casa, para también llevar a cabo allí los hechos enjuiciados», que solían suceder
Y cuando el menor trataba de separarse del monitor, bien «por hartazgo» o por «echarse una novia o apuntarse a otra actividad», el procesado desplegaba «nuevamente su maquinaria de manipulación», llevando a cabo «unas estrategias asfixiantes para los menores, haciéndoles elegir incluso entre la novia o él», dejando «claro que dejarían de tener» su «trato de favor y serían relegados del grupo, llegando a poner a los demás en contra del favorito». En este caso, el monitor «acababa aislando» a este menor «y eligiendo un nuevo favorito, y todo desgraciadamente volvía a empezar.
Respecto al delito de posesión de material de pornografía infantil, el fiscal considera probado que la gran mayoría de las «más de 4.000» fotografías localizadas en un ordenador portátil que el acusado tenía en su vivienda, habían sido descargadas en su equipo a través de una cuenta personal a su nombre.
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