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Alion F. es otra de esas personas africanas que esta semana han pasado por Irun con el deseo de llegar a Francia. Sabe que cuesta completar el centenar de pasos que supone atravesar la muga cuando se es migrante. «No tengo prisa», señala. «Salí de ... Guinea Conakry a finales de 2018», argumenta. Asegura tener 19 años, con lo que debió de partir de casa con 16, una edad frecuente cuando se decide dar el paso de «luchar» por salir de la «miseria». Es su dogma. «No tenemos nada». Nada que perder.
Su pelo ensortijado y unos enormes auriculares azules le dan un aspecto vital y desenfadado que cuesta casarlo con lo que cuenta, que es lo que le hace tener la conveniente «paciencia» para aguardar el momento de cruzar la frontera. «No he venido en avión, sino que tuve que atravesar el desierto y muchas dificultades. He visto a mucha gente quedarse en el camino: en el desierto, en el mar... Superar Argelia se me hizo verdaderamente difícil». No cuenta más. No hace falta.
Tampoco parece querer darle demasiada trascendencia. Creció con ello. «Tengo un hermano, bueno, un primo, que se quedó en el Mediterráneo hace cinco años. Tenía dos hijos y me hice cargo de uno. Pero en casa no tenemos nada. Mi padre murió y mi madre sufre mucho y no tiene quien le ayude. Yo soy su esperanza, y esto es lo que me ha empujado a seguir en los momentos difíciles. Hasta ahora no he podido ayudarle, pero espero encontrar algún día un trabajo en Francia y poder hacerlo».
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Oskar Ortiz de Guinea
La muga del Bidasoa ha visto morir a tres migrantes desde abril. Una tragedia, y también una nimiedad en la mochila de alguien que lleva casi tres años en el alambre. Ha oído esta semana la noticia de la muerte de Abdoulaye Koulibaly justo hoy hace una semana, y afirma que «hay que tener cuidado» y nunca precipitarse. «Lo peor ya lo he pasado. Una vez aquí, en Irun, ya sé que voy a llegar a Francia. Intenté pasar ayer, pero había mucho control de la policía y no pude». Los voluntarios de Irungo Harrera Sarea lo han aleccionado sobre las maneras de entrar en Iparralde. «Sé que hay un barco a Hendaia, también un tren... Pero yo voy a tratar de pasar en autobús. Por el río, no».
Ya se ha imaginado su vida como residente francés. «Para alguien de Guinea, el idioma es una razón para ir a Francia. Tengo varios amigos y también un primo. Quiero ser como ellos, vivir y trabajar allí. No pido más». Lo narra con una media sonrisa en el rostro que la completa en la despedida: «Volveré a intentarlo esta noche».
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