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Dormimos en una cabaña de Carcastillo, junto a ese monumento al pastor de proporciones soviéticas, y con el pis matutino ya advertí cómo venía la jornada: con viento desesperante. Primero de costado, mientras pasábamos las Bardenas de norte a sur, luego en contra, siguiendo el ... Ebro hacia Zaragoza. Bah: es mejor un día malo en la bici que uno bueno en la oficina.
Terminamos la etapa en Boquiñeni, donde el Ebro traza un meandro con orillas bajas y bosques de ribera, ideal para bañarse y acampar. Dudamos por las calles del pueblo y se nos acercó un hombre en una bicicletilla plegable. Se llamaba Luis. Nos indicó el mejor lugar para el chapuzón. En una caja llevaba patatas, cebollas, calabazas y dos tarrinas de comida para gatos. «En el confinamiento solo te dejaban salir al huerto si tenías animales. Yo empecé a poner unos huesicos de pollo en la puerta de casa, para ver si se arrimaba un gato que andaba siempre por ahí. Nos hicimos amigos y me iba con él al huerto. Menudo favor me hizo. De nombre le he puesto Covid». Como nos ve un poco achicharrados por cien kilómetros de sol y viento, Luis se va con la bici y vuelve con dos botellas de agua helada y unos albaricoques de su huerto, sabrosísimos. Nos cuenta que en el pueblo hay un vasco «muy de la Reala» que a veces viaja hasta Anoeta, y se despide porque debe preparar una tortilla para sus nietos y el paté para el gato Covid. «Esto es caviar para él, no veas qué contento se pone».
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