El fuego nos hizo humanos, nos hizo hermanos. Alrededor de una llama comenzamos a tejer historias, a construir mitos, a hacer música, a bailar. Comenzamos ... a cocinar. El fuego añadió nuevos significados a los alimentos. De sustento a manjar. Aprendimos a hervir, freír, asar, brasear. Descubrimos que, al calor de una fogata, las bayas silvestres son más jugosas, los moluscos se abren por sí mismos, el agua se purifica, las bacterias de las proteínas desaparecen. Sobrevivimos.
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Me encanta comer pero no soy un gourmet. Me gustaría disfrutar de un paladar tan sensible como el de mi amigo y compañero habitual de mantel, Toni Segarra. En cambio, disfruto mucho en la cocina. Tengo una mente errática y dispersa y cocinar me ayuda a enfocarme en una sola tarea, paso a paso. Preparar la mise en place. Picar el perejil tan fino como Alicio. Abstraerme mientras observo el baile de los ajos laminados en el aceite. Vigilar el fuego. Que no se quemen, que no amarguen.
Cocinar es, sobre todo, mi aportación a la familia y a los amigos. Es mi forma de devolverles lo que me dan, de agradecer. Es mantener el legado que recibí de mi ama y de mi cuñado, Pako. Aunque parezca un oxímoron, cocino por puro egoísmo altruista. Juan Roig, dueño de Mercadona, ha asegurado esta semana que, dentro de 25 años, ya no habrá cocinas en las casas. Los mejores recuerdos que conservo de mi madre son en la cocina, viéndole guisar. Me decía que era como el jueves, que siempre estaba en medio. Sobreviviremos.
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