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Aplicado a la gente, el adjetivo decente define a la persona honrada, honesta que actúa con dignidad y se rige por unas normas éticas. Aplicado a cosas, en cambio, utilizamos el adjetivo decente con cierto tono de menosprecio. Una piscina de hotel, un menú o ... un coche que calificamos de decente son poco para una sociedad consumista, ansiosa de vivir experiencias extraordinarias y de contarlo. Una cosa decente no es suficiente y asusta comprobar que la decencia también pierde valor entre algunas personas.
Vivimos una crisis de decencia y ésta se hace más evidente en situaciones límite. Una sociedad decente es aquella que respeta a sus ciudadanos y que no los humilla. Una semana después, intento ponerme en la piel de la gente que ha perdido seres queridos, un hogar, el trabajo. Los imagino agotados, vulnerables, desencantados contemplando en las pantallas a tanto indecente sacando rédito económico y electoral de su desgracia.
Es descorazonador que una tragedia como esta no sea capaz de unirnos, por encima de las diferencias, sobre unos principios básicos de ayuda y solidaridad. La lucha por unos votos, la lucha por las audiencias de televisión, la lucha por unos likes en las redes ha sido capaz de enfangar aún más el ambiente, de separar a una sociedad ya muy polarizada. Los indecentes mienten sin vergüenza ante la cámara y les sale gratis. Mientras tanto la gente decente trabaja en silencio por devolver la dignidad a esos hogares.
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