Las fronteras son líneas imaginarias que delimitan territorios y clasifican a las personas según culturas, creencias y pertenencias. Las líneas blancas marcadas en la hierba de un estadio, o en el tartán de una pista de atletismo, definen el área de juego. La línea continua ... pintada en el centro de la calzada prohíbe el paso a otro carril.
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Toda línea trae, implícita, una colección de reglas y sus correspondientes amonestaciones por incumplimiento. «¡ La bola entró! «, gritó en 1981 un joven McEnroe, en Wimbledon, y en eso consiste este juego en que vivimos. En que la pelota bote dentro del área, en que el balón traspase completamente la línea de la portería, en no pisar la raya continua para adelantar a otro vehículo. En respetar las reglas.
Escribió Solzhenitsyn que, «la línea que separa el bien del mal no pasa entre Estados, ni entre clases, ni entre ideologías, sino que atraviesa el corazón de cada ser humano». Siento que en estos tiempos confusos se ha borrado, ha quedado difuminada, la línea que distingue el bien del mal, la legalidad de la ética, el periodismo de la propaganda, el poder del abuso de poder, la autodefensa de la venganza, el debate del exabrupto, la justicia de la revancha. En esta campaña he escuchado a muchos políticos hablar de cualquier cosa excepto de aquello que votamos en estas elecciones. Yo iré a votar para conseguir repintar los límites, para engrosar la difusa línea que separa la conciencia de la indiferencia.
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