Descubrí entre las páginas de «Viento del este, viento del oeste», de Pearl S. Buck la tradición china de vendar los pies a las niñas para impedir que les crezcan. Aquella lectura adolescente afincó en mí la convicción de que, del zapato Oxford a los ... tacones de Loubutin, oprimir los dedos dentro de unos zapatos es un método subrepticio de domesticar a los humanos.
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Los pies soportan el peso de nuestro camino por la vida pero, como están tan lejos de la cabeza, solemos descuidarlos. Descalzarte en verano es más que un placer, un estado mental. Hundir los pies en la arena, masajear las plantas sobre una tupida alfombra de hierba, acariciar la piedra calentada por el sol son experiencias sensoriales que evocan tiempos de silvestre libertad.
En Brasil, en 1962, un emigrante vasco y otro belga se inspiraron en el Zori, un calzado tradicional japonés, para lanzar unas sandalias a las que llamaron Havaianas. Esa confluencia de naciones y culturas alumbró un invento universal, discreto y elegante. Una suela y una simple tira de caucho entre los dedos lograron liberar de la tiranía el empeine y el talón y crear un nuevo estado del bienestar.
Cada verano leo en este diario a podólogos y fisioterapeutas que nos alertan sobre la fascitis plantar y otros inconvenientes que puede acarrear caminar con el pie suelto. Pido disculpas pero elijo el poder sanador y tonificante de las chanclas, cholas, flip flops o como quiera que las llamen en tu playa. Me pongo a sus pies.
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