Desde la perspectiva actual, es difícil concebir una época en la que la habilidad artística fuera tan valiosa como el conocimiento para un neurocientífico. Sin embargo, a finales del siglo XIX, dos tecnologías emergentes como la fotografía y la microscopía se unieron para dar un ... gran impulso a la Neurociencia. Su conjunción permitía plasmar la composición anatómica del cerebro y trasladarla a la comunidad científica. La figura de Santiago Ramón y Cajal fue clave en este contexto. Hijo de médico y con grandes dotes artísticas, Cajal conjugó ambas pasiones en una sola. Su padre le hizo dibujar huesos de cadáveres del cementerio local y esto le movió a cursar Medicina. Dedicó su carrera al estudio del cerebro. Pasaba largas horas en su laboratorio analizando la estructura microscópica del cerebro con las técnicas de tinción más novedosas, en especial la de nitrato de plata, descubierta por el histólogo italiano Camilo Golgi. Golgi fue su más enconado rival científico y compartieron un tenso Nobel de Medicina en 1906. Cajal mejoró la técnica de Golgi y empleó nuevos métodos de tinción. Gracias a ello pudo desarrollar sus ideas y superar al italiano en sus conclusiones. Así, Cajal echó por tierra la idea de Golgi de que la estructura del cerebro era una red continua por la que fluían impulsos eléctricos sin solución de continuidad. Sus imágenes microscópicas demostraban que el cerebro se componía de células individuales, las neuronas, dotadas de un cuerpo que emitía una larga prolongación (axón) y unas arborescencias (dendritas). Una neurona estaba separada de la siguiente por minúsculos espacios llamados hendiduras sinápticas. El artista dibujaba lo que su ojo captaba al microscopio.
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Sus maravillosos dibujos le ayudaron a entender cómo funcionan las neuronas. Los completó con flechas que señalaban la dirección del flujo de información nerviosa: se emite por el cuerpo celular, viaja por el axón y llega a la sinapsis desde donde se transmite a la siguiente neurona. Describió muchos tipos de neuronas con formas diferentes, pero con el patrón común descrito. La teoría reticular de Golgi fue desbancada por la doctrina neuronal de Cajal que prevalece en nuestros días, aunque se alzan voces que sugieren, con razón, colocar en el centro de la función cerebral a las redes neuronales. Como él mismo dijo, «las hipótesis van y vienen, pero los datos permanecen».
Cajal notó también que las neuronas recogían los mensajes de otras neuronas mediante sus arborescencias o dendritas y que estas cambiaban en el proceso: aumentaban de tamaño, se multiplicaban, se formaban nuevas o se retraían. Esta observación es el núcleo de la plasticidad, mecanismo imprescindible para aprender y recordar. Cajal intuyó que los recuerdos se almacenan en las sinapsis y sentenció que «cada uno es escultor de su propio cerebro», dando a entender que las experiencias vitales personales modifican y modelan el cerebro. Las aportaciones de Cajal siguen vigentes con la excepción del llamado error de Cajal, su idea de que el cerebro no tiene capacidad de regeneración. El tema es todavía controvertido, pero la opinión general es que existe cierta capacidad de generar nuevas neuronas limitada a regiones concretas del cerebro, como el hipocampo que alberga las redes implicadas en el aprendizaje y la memoria. Unas 1400 nuevas neuronas se dirigen diariamente a repoblar esa estructura.
La vida de Cajal no terminaba en el laboratorio, y frecuentaba las tertulias del café Gijón. Gracias a su Nobel, la escuela de Cajal atrajo a grandes científicos y se creó un clima intelectual magnífico para el progreso de la ciencia. Es interesante visitar su casa museo en Petilla de Aragón (Navarra) y otros en Huesca y Madrid. Al final de su vida, reflexionó sobre la vejez. Su 'El mundo visto a los 80 años' es una delicia que contiene una revisión crítica de la biología del envejecimiento y ofrece consejos interesantes, obviamente adaptados a su tiempo.
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Vivimos el año Cajal y sirva este recuerdo de homenaje a quien es considerado el padre de la Neurociencia moderna.
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