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Lawrence de Arabia fue un aventurero y diplomático británico que participó en las guerras de las tribus árabes contra el imperio otomano a principios del siglo XX. En la película que lleva su nombre hay una escena memorable. Lawrence comanda una tribu beduina que se ... dirige a Aqaba para enfrentarse al ejército turco. Uno de sus hombres, llamado Gassim, cae del camello y queda abandonado en el desierto. Cuando se entera, Lawrence decide dar la vuelta, a pesar de que el jefe beduino manifiesta su disconformidad, aduciendo que «el tiempo de Gassim ha pasado; está escrito».
Lawrence replica que «nada está escrito» y lo encuentra al borde de la muerte bajo el sol abrasador. Días después, Gassim asesina a un soldado y tras ser juzgado culpable, el propio Lawrence termina con su vida. ¿Estaba Gassim destinado a morir o despreció la oportunidad de escribir un futuro diferente?
El biólogo y primatólogo R Sapolsky no tiene duda: todas nuestras decisiones y elecciones están determinadas. Lo explica en profundidad en su libro 'Decidido', cuyo resumen es que el libre albedrío no existe, es una ilusión. El autor desmenuza la base neurobiológica que sustenta una elección libre y señala que está determinada por eventos neurofisiológicos que ocurren milisegundos antes, por fenómenos químicos y hormonales que ocurrieron minutos u horas antes, por cambios anatómicos (dotación genética y plasticidad cerebral) que sucedieron años antes y por hechos evolutivos que tuvieron lugar eones antes. Es lógico: la anatomía y la función cerebral descansan sobre este bagaje de influencias biológicas y culturales, personales y sociales, cuya huella, más o menos intensa y duradera, nos hace seres únicos.
El destino siempre ha interesado a filosofías y religiones, pero el origen científico del determinismo se remonta a la década de 1970 cuando el psicólogo B. Libet solicitó a un grupo de personas que levantaran el dedo cuando sintieran que querían moverlo. Mientras, un aparato medía su actividad cerebral para registrar y discriminar dos momentos: la voluntad de mover el dedo y el propio movimiento.
Para sorpresa de Libet, el deseo de alzar el dedo comenzó 0,35 segundos después de la primera onda de actividad neuronal y 0,2 segundos antes de que se moviera. El resultado se ha repetido en distintas versiones del experimento. La activación cerebral precede a la intención y a la voluntad de moverse. Es decir, la elección 'libre' está determinada por la actividad cerebral sin que seamos conscientes de ello.
Esta investigación se limita a los segundos previos (Sapolski lo compara a intentar entender una película viendo los últimos tres minutos), pero hay evidencias basadas en la neuroquímica, el metabolismo hormonal, la genética y la sociología que apuntan en la misma dirección. La cuestión es si estos datos bastan para concluir que no decidimos ni elegimos libremente y que, por lo tanto, tampoco tenemos voluntad ni responsabilidad sobre nuestros actos.
La corriente filosófica compatibilista admite que estamos condicionados, pero que queda un resquicio para la libertad. Para ellos, el estudio de Libet no es suficiente para eximir al individuo de su responsabilidad y, entre otras cosas, alegan que hay un tiempo de 0,2 segundos para arrepentirse y desechar una decisión. Además, si usted no ha elegido, ¿quién lo ha hecho? ¿Puede la biología explicar la parte inconsciente y prefijada del libre albedrío ('quiero eso'), mientras que la filosofía se aferra a su parte consciente y racional ('sopesa las consecuencias')?
Pero hay más. Todavía no existe una teoría general y única sobre la función cerebral. La biología también confiere un grado de imprevisibilidad a la dinámica neuronal. El propio Sapolski admite que la fisiología del cerebro está determinada, pero a la vez es caótica, impredecible, algo que se plasma en la conducta. Somos seres condicionados e imprevisibles.
En resumen, ¿compensan la reflexión y el caos la falta de libertad y marcan el destino o es una excusa para no caer en el fatalismo nihilista, en el 'total para qué'?
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