El pasado 25 de abril, el presidente del Gobierno afirmó en el Senado que «los males de España son el pesimismo, el fatalismo, la injusticia, la desigualdad y la pereza». Los cuatro primeros dependen de la coyuntura socioeconómica, pero la pereza es algo más profundo, ... íntimo y personal. Muchos trabajadores que se levantan de madrugada y acaban sus tareas con puntualidad británica por salarios escasos se sintieron molestos, como los millones de jóvenes que estudian para transformar el país. ¡Hasta los jubilados que ven en la pereza un digno premio más que un pecado se enfadaron! La procrastinación, dejar todo para el último minuto, es el colmo de la pereza (El ingenioso Mark Twain acuñó la frase «No dejes para mañana lo que puedas hacer pasado mañana». Para enmarcar). Y, sin embargo, no siempre es malo. Se puede procrastinar y cumplir. En su libro 'Espera', F. Partnoy argumenta que lo importante es hacer las cosas a su debido tiempo. Toda decisión tiene su momento. La precipitación y la impulsividad no son buenas aliadas mientras que la reflexión y la paciencia son una virtud y un signo de maduración del lóbulo frontal, siempre y cuando no sean obsesivas.
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El tiempo es neutro y su control hábil confiere poder en política, en economía y en la vida. Un segundo destruye amores, amistades, carreras deportivas, países. Una empresa se hunde si la financiación se demora. Una idea visionaria fracasa si se lanza demasiado temprano. Una invasión prolongada se convierte en guerra. Un pacto de gobierno firmado a destiempo perjudica a un líder. Una disculpa precipitada o tardía es torpe, aunque el hecho sea en sí mismo loable. Afrontar las consecuencias de una decisión desafortunada pidiendo perdón tarde, en tono bajo y con la coletilla condescendiente de «si hay que pedir perdón se pide» suena forzado y destila falsedad. Otros muy reclamados perdones siguen sin llegar, un desdén que refleja penuria moral.
Si contamos un minuto con los ojos cerrados, paramos a los 58 segundos. La percepción del segundo es un pelín más corta que la real. El reloj es una convención que regula la vida en sociedad, pero la naturaleza tiene sus propios relojes (mareas, estaciones) y los animales tenemos relojes cerebrales que marcan fenómenos biológicos (ciclo sueño-vigilia, menstruación). El sentido del tiempo depende de ellos. A. Kane estuvo 10 días encerrado en un búnker, completamente aislado. Solo tenía a su alcance la memoria natural de su reloj central. Su sueño se retrasó unos minutos cada día: su reloj biológico generaba ciclos de más de 24 horas. En cuanto se le expuso de nuevo a señales sincronizadoras, como el despertador o el encendido de la luz, sus ritmos se reordenaron. B. Flamini vivió 500 días en una cueva y es objeto de estudio por expertos en cronobiología.
¿Veinte años no son nada? Penélope esperó ese tiempo a Ulises y al final no lo reconoció. Chronos, el dios del tiempo de la mitología griega, devoró a sus hijos. El tiempo devora la nueva política, la del tic-tac, tic-tac (ironías del destino), y devora la vida que pasa más rápido con el tiempo. Se envejece muy deprisa. El tiempo vuela cuando estás centrado en algo y eres feliz y camina lento cuando eres niño, estás aburrido con la mente vagando o triste, agobiado y en espera de la felicidad. ¿Cuánto pesa el tiempo? La percepción de la duración de un periodo de tiempo depende del número de acontecimientos que haya ocurrido durante el mismo (J. Wagensberg, físico). Sin acontecimientos se evapora, aunque no es una cuestión de duración, sino de profundidad.
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A veces la vida ofrece una prórroga, como en el fútbol. Ese tiempo extra es suficiente si hay alguien con quien compartirlo (C. Saunders, fundadora de los cuidados paliativos) para reproducir esos momentos infinitos de paz con uno mismo. La Medicina se digitaliza y se automatiza, pero sigue requiriendo tiempo humano para escuchar. La vida es tiempo encadenado, es eso que pasa mientras haces planes (J. Lennon), mientras piensas qué hacer con tu tiempo futuro, ese tiempo prometido que hipoteca el presente.
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