Nada más cruzar la puerta de la escuela de yoga Omy Ondarreta, en Donostia, Sandra Martins se quita los zapatos, coge una esterilla y una manta y se tumba en la postura de savasana o, lo que es lo mismo, de descanso. Boca arriba y ... con los ojos cerrados. Es su momento. Cada miércoles desde hace tres años «aproximadamente», dedicarse una hora para «estirar el cuerpo y no pensar en nada más» le resulta indispensable. Tiene fibromialgia y es usuaria de la fundación Why Not, que trabaja para mejorar la calidad de vida de las personas con enfermedad mental y sus familias. Llegó a esta asociación tras «un intento de suicido. Estando ingresada en Agudos, un enfermero majísimo me presentó a una mujer, que hoy en día se a convertido en compañera. Me habló de la fundación y no me lo pensé dos veces», recuerda mientras se descalza. A la sala donde se practica no se puede entrar calzada.
Publicidad
Después de savasana, la profesora y terapeuta Tania Cavada empieza a guiar la clase, en la que también están Jorge Dávila y José Mari Corral, entre otros. Sandra sigue todas las indicaciones a la perfección para así poder realizar algunas de sus posturas preferidas, como son el árbol, superman, o el puente. «La hora que estoy en yoga, todos los dolores y malos pensamientos se quedan fuera, desaparecen. Salgo renovada de clase, con un subidón enorme», admite. A fin de cuentas, «hacer yoga mentalmente me ayuda a relajarme, pero también a aprender a controlar mis emociones. Y físicamente, como tengo fibromialgia, me va muy bien. Es algo que va más allá de la postura».
Precisamente por eso no faltó a su cita semanal ni siquiera cuando le operaron de la córnea del ojo, hace ya varios meses. Durante esas clases «no hacía nada, solo la postura de descanso, pero me iba con otra sensación más positiva en el cuerpo. Siempre que vengo a la escuela –de yoga– salgo liberada y contenta, animada», reflexiona mientras busca con sus manos el pie derecho, antes de entrar en una postura de equilibrio. Y sigue explicando lo que significa para ella el yoga, que «es terapia para el alma y el cuerpo. Eso sí, a veces tengo unas cuantas agujetas al día siguiente, pero se lo recomiendo a todo el mundo», ríe. «El yoga me libera», insiste. Llegó a esta práctica gracias a la fundación Why Not, que le ha devuelto «las ganas de vivir». Y eso es lo que buscan desde la entidad con «actividades que reportan bienestar», añaden desde Why Not.
Tania Cavada
Profesora de yoga y terapeuta
Algo así sienten por esta práctica Jorge y José Mari, también usuarios de Why Not, con quienes además de yoga hacen teatro, ganchillo, baile y un sinfín de actividades con el objetivo de encontrar una motivación pese a los diferentes problemas de salud mental de cada uno. «Consigo estar muy relajado esa hora», dice Jorge, sobre todo cuando hace la postura del murciélago. Boca abajo, se cuelga de un columpio que está en la pared y se deja caer. «Me siento muy tranquilo cuando hago eso, y noto cómo me mejora la circulación al tratarse de una postura invertida», explica. También le ayudan los equilibrios y otras «posturas de fuerza», que le han permitido «ganar musculatura y movilidad». Pero su parte preferida es el final de la clase, cuando se reúne con sus compañeros para «tomar algo» y «hablar del yoga y de la vida en general. Hemos creado un vínculo muy estrecho».
Publicidad
Entre esas amistades está José Mari, que lleva cuatro años practicando yoga. «Vengo contento. Hacemos ejercicios básicos –ayudados de una silla–, pero me ayudan mucho a sentirme mejor», coincide con Sandra y Jorge. «Tanto físicamente como mentalmente me quedo relajado después de la clase» en Omy Ondarreta, donde además de ofrecer yoga adaptado tienen otra serie de estilos para quien lo desee se adentre en la práctica de yoga. Desde Hatha e Iyengar, donde se practica con distintas ayudas como pueden ser los cinturones o los bloques, a un Asthtanga Vinyasa yoga, un estilo más dinámico que los otros dos. Sea como fuere, en todas aquellas clases lo que se busca es esa «paz en el cuerpo» que «equilibra la menta», aseguran desde la escuela.
Sandra Martins
Tiene una enfermedad mental
Ese es precisamente uno de los objetivos que busca la profesora Tania. Lo que queremos es que «paren, respiren y entren en contacto con su cuerpo. Muchas veces vienen a clase y solo quieren estar en la esterilla tumbados, pero eso es también yoga, escucharse y saber lo que podemos hacer cada día. Y luego está la movilidad, tanto de la columna como de las extremidades», explica, además de «la autonomía que les proporciona esta práctica». Cada día uno de ellos guía los saludos al sol, una secuencia de posturas de pie con la que se suelen abrir las clases de yoga. «Y eso es muy enriquecedor».
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.