NEREA AZURMENDI
Miércoles, 31 de octubre 2018, 17:28
¿Halloween sí? ¿Halloween no? Si se les pregunta a los más jóvenes, es muy probable que la respuesta sea afirmativa, y el 'sí' más rotundo cuanto más jóvenes sean los consultados. Entre la población de más edad puede haber algún entusiasta, detractores, indiferentes y, cuanta más edad tengan los interlocutores, recuerdos de que en su infancia, pese a no haber oído hablar nunca de Halloween, también había calabazas iluminadas y algún que otro susto.
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La versión estadounidense de la fiesta de la víspera del Día de Todos los Santos se ha extendido por el mundo con una eficacia extraordinaria, generando muchas adhesiones y no pocas muestras de rechazo. Este último ha tenido dos caras: la de quienes, con perspectiva religiosa, no ven con simpatía una fiesta de origen pagano, y la de aquellos que opinan que Halloween es un ejemplo de libro de 'colonización cultural'.
En ambos casos se han propuesto alternativas. Algunas diócesis católicas celebran hoy Hollywins. En muchas localidades de Euskal Herria la de hoy será Gau Beltza (la noche negra) o Arimen Gaua (la noche de las ánimas). No ha sido necesario ir muy lejos, ni en el espacio ni en el tiempo, para encontrar en casa referencias de fiestas muy similares a Halloween, esa fiesta que los emigrantes irlandeses llevaron a Estados Unidos en el siglo XIX y, en el XX, regresó a Europa a lomos del cine, la televisión y el mercado global.
Hace una década, el periodista y antropólogo elgoibartarra Oier Araolaza sorprendió a muchos con un artículo en el que recordaba antiguas costumbres vascas muy similares a las de Halloween. Quienes menos se sorprendieron fueron los que recordaban cómo, de niños, vaciaban nabos y calabazas y metían velas dentro para asustar a los paseantes...
Al trabajo realizado por Oier Araolaza y otros investigadores se le ha sumado la aportación de los antropólogos Jaime Altuna y Josu Ozaita. En 2015 ganaron la beca de investigación Juan San Martín, concedida por el Ayuntamiento de Eibar y UEU (Udako Euskal Unibertsitatea), que acaba de publicar el resultado de su trabajo: un libro riguroso, profusamente documentado y muy entretenido que comienza en El Corte Inglés de Eibar y se titula 'Itzalitako kalabazen berpiztea.Arimen Gau, Halloween eta Gau Beltzaren haur-ospakizunen ikerketa etnografikoa'.
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El libro, editado en euskera y ya a la venta, recuerda que aquellas calabazas que se habían apagado están volviendo a iluminarse de la mano de fiestas que, independientemente de cómo se llamen o de su procedencia, son «las fiestas perfectas para los niños». Y demuestran, además, que «las tradiciones son vivas y cambiantes», y «la diversión y la trascendencia» perfectamente compatibles.
A través de entrevistas y de la observación directa, Altuna y Ozaita se han interesado sobre todo por los testimonios y opiniones de niños pasados y presentes. Los primeros, abuelos y abuelas de los segundos, les han contado, con ligeras variantes, que «tenían la costumbre de vaciar nabos y calabazas, darles forma de cara, meterles dentro una vela y dejarlas en las huertas y los caminos para asustar a la gente».
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«Lo hacían durante todo el otoño, pero la costumbre se intensificaba durante los días de los muertos y las ánimas. Creían que en estas fechas las almas de los difuntos regresaban a casa, y encontrarse con una de esas calabazas iluminadas en un camino a oscuras provocaba grandes sustos», indica Josu Ozaita. En muchos casos, sobre todo en Navarra, los niños también iban pidiendo de casa en casa. Nada de 'trick or treat' y, seguramente, pocos caramelos, pero unas nueces o unas avellanas tampoco eran mal botín.
Por lo general, divertirse tratando de asustar a los mayores no tenía mayor trascendencia. «Era una travesura, una broma... En casa les solían decir que no hicieran esas tonterías. De hecho, a muchas de las personas mayores con las que hemos hablado no se les había ocurrido comentarlo nunca, porque no le habían dado ninguna importancia. Ahora les extraña que nosotros le demos tanta».
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Ozaita cree que «se le está concediendo el valor simbólico que antes no tenía por el peso que ha alcanzado Halloween, que es un símbolo muy poderoso. A mucha gente, cuando ve una calabaza en octubre, le vienen a la cabeza Estados Unidos, el consumismo... Lo sienten como un ejemplo de colonialismo cultural que se ha extendido por el mundo con un interés puramente económico. Pero eso a los niños les da igual, a ellos les parece una fiesta muy divertida. Tal vez a muchos adultos lo que les preocupe es que eso sea así».
Para los más jóvenes «la fiesta tiene muchos elementos atractivos: salir de noche con los amigos, a veces por primera vez; pasar miedo; disfrazarse... Saben que les ha llegado a través de la televisión, pero no le dan más vueltas y ponen el foco en los ingredientes que más les gustan».
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Muchos de los elementos que se asocian a Halloween «han estado presentes desde la antigüedad en todas las fiestas que se han celebrado aquí, y en otras culturas, en esta época del año; la época en la que imperaba la oscuridad, había menos trabajo en el campo y la gente pasaba más tiempo en casa. Era también, mucho antes de que la Iglesia lo llevara a su calendario, la época de recordar a los muertos mediante diversos ritos. Todas las fiestas de esta época, también las infantiles, hay que colocarlas en este contexto».
Así, «aunque vaciar una calabaza, hacerle ojos y ponerle una vela» parezca una trastada insustancial, en el fondo lo que propone no es tan trivial. «En estos momentos en los que la muerte se ha convertido casi en un tabú, en los que se procura hablar lo menos posible del tema» puede ayudar a que «aunque sea a través del disfraz, los niños y las niñas tengan contacto con la muerte, con una realidad que se les oculta, a pesar de que es la principal preocupación del ser humano».
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La fiesta se celebrará hoy de muchas maneras tanto en los centros escolares como en las calles. Para muchos, será simplemente Halloween. En Mutriku, uno de los primeros lugares en restablecer el hilo con la tradición, ya están en pleno Gaba Beltza. Aquí y allí habrá distintas modalidades de Gau Beltza o Arimen Gaua.
Ozaita y Altuna también se han interesado por esas nuevas interpretaciones de la fiesta que «tienen elementos propios muy interesantes». Josu Ozaita destaca, por ejemplo, el hecho de que en casi todos los casos se desarrollan en euskera y que, en lugar de comprar costosos disfraces ad hoc, en general son los propios chavales los que se arreglan con lo que encuentran por casa y el maquillaje más terrorífico que sean capaces de crear. No hace falta mucho más. La fiesta ya tiene suficientes ingredientes para ser casi perfecta.
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