Hanna, sobre el columpio, disfruta en el parque con los irundarras Yune y Sergio y sus hijas. F. de la Hera

Hanna y sus 'hermanas'

Los irundarras Yune y Sergio forman parte de ese grupo de familias solidarias que acogen a una niña saharaui para que pase un verano lejos de los campamentos de refugiados

Martes, 20 de agosto 2024

Hanna Mohamed se frota los ojos cada vez que ve sacar dinero «de la pared». También le «fascina» ver cómo cae agua al abrir un grifo; que el mar «se mueva» o que haya «cosas frías en el congelador». Esta niña saharaui de 10 años ... convive estos días con la familia formada por los irundarras Yune Gutiérrez y Sergio Giraldo y sus dos hijas, Chloe y Carla, de 10 y 7 años. Son su familia de acogida hasta el próximo 29 de agosto, dentro del programa 'Vacaciones en paz' que se organiza con el apoyo de la asociación Tadamun, en el que participan este verano una docena familias de la comarca del Bidasoa y 14 niños de entre 8 y 12 años.

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El resto del año sobreviven en un desierto inhóspito en campamentos sobre arena junto a miles de personas soportando temperaturas extremas, tanto en invierno como en verano. Son jornadas de agua racionada, con duchas cada tanto y de escaso alimento. Por eso, Hanna, al igual que el resto de niños que visitan Gipuzkoa durante dos meses, se sorprende con todo lo que le rodea, a pesar de ser su segundo año en esta familia. Su madre de acogida, Yune, recuerda que la mañana siguiente tras su llegada, le preguntó qué quería para desayunar y Hanna respondió, tímida, 'una magdalena' y «cuando me di cuenta la había partido en tres para compartir con mis dos hijas. Una magdalena… Todo lo poco que tienen ahí lo comparten. Si alguien le da chuches, enseguida busca niños para repartirlas. Es una cultura muy agradecida, todo el rato están dando las gracias», cuenta esta irundarra, que se deshace en carantoñas con Hanna, una niña «muy tímida» que se tapa la cara cuando ve la cámara para la que posará después para este reportaje. Sin embargo, cuando las pequeñas Chloe y Carla le jalean se anima a chapurrear que le encantan «la playa, un buen helado, las chuches, nadar y andar en patinete»; caprichos de cualquier infancia pero que suenan a fantasía para quien ha nacido en un campamento de refugiados.

«Teníamos cierto temor a que la niña no se adaptara bien, pero la acogida ha ido muy, muy bien»

Yune Gutiérrez y Sergio Giraldo

Padres de acogida

Yune y Sergio reconocen que antes de su llegada, hace dos veranos, tenían cierto «temor» a que «no se adaptara bien» aunque «todo fue muy fácil». «Les hablamos primero a las niñas para contarles y cuando llegó Hanna estaba muy nerviosa, no me soltaba la mano. Es verdad que con Sergio tenía más distancia, creo que por el hecho de ser hombre, y aunque la sigue teniendo, ya es otra cosa. La convivencia es muy muy buena», afirma esta mujer, que contactó con la asociación Tadamun hace unos años para informarse sobre este proyecto, un nexo entre familias de la comarca y niños de los campamentos de refugiados saharauis para brindarles la oportunidad de pasar unos meses alejados del calor abrasador y las condiciones precarias de los campamentos. Su propósito era «ayudar» pero «creo que ellos nos aportan más a nosotros. Me parecía súper interesante que mis hijas vieran otras culturas, otras condiciones de vida y que se den cuenta de todo lo que tienen».

Hanna, la mediana de tres hermanos, vino con lo puesto desde el desierto argelino:una mochila «con un pantalón y una camiseta» y otro macuto cargado de regalos. «No tenía ni ropa interior. El resto eran regalos para nosotros, una bandeja con una tetera, una melfa (la vestimenta tradicional femenina del Sáhara) y a Sergio el típico traje de chico. Lo poco que tienen te lo dan. Cuando Hanna se tenga que ir le llenaremos la maleta con ropa para ella y su familia para el invierno, porque allí pasan mucho frío», explican.

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En patinete

Pero aún quedan días para la despedida. El día a día de esta familia transcurre tranquilo entre horas de playa, piscina, excursiones o parques, además de las actividades que organiza la asociación. «A Hanna le encanta la playa, la primera vez que vio el mar le impresionó 'que se moviera'. Alucinaba con las olas. Tampoco suelta el patinete ni le sacas de la piscina. Cuando llegó no sabía nadar y este año ya ha aprendido; de todas formas son muy valientes, muy echados para adelante», explica esta pareja. «¿Sabes lo que le impresiona un montón? Que esto sea Francia y eso España», dice Yune señalando al puente que hace de frontera. Al igual que salir a pasar el día a algún sitio. «Imagino que ellos no salen de ahí», lamenta.

«Te das cuenta que ella con dos cosas es feliz. A Hanna lo que le importa es la familia»

Yune Gutiérrez y Sergio Giraldo

Padres de acogida

Esta familia podría pasarse horas y horas hablando de las pequeñeces por las que Hanna pone los ojos como platos y disfruta comiendo «pizza, fajitas y patatas fritas». En los campamentos, algunos meses llega «arroz y lentejas». La limitación del acceso al agua en mitad de un paisaje desértico hace que el tiempo se dilate aún más.

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A pesar de las penurias, Yune destaca lo «feliz que es Hanna con lo poco que tiene» y el valor que da a la familia. «Con todas las cosas que tiene aquí, ella prefiere estar con su familia. Te hace replantearte un poco lo que buscas aquí, al final parece que estamos que si el mejor coche, la mejor casa, cuanto más tienes más necesitas... y en el fondo te das cuenta que ella con dos cositas es feliz. Y es que la felicidad al final es eso, estar con la gente que de verdad quieres estar. Les echa mucho de menos y creo que es la dificultad más grande en la convivencia, ella necesita hablar todos los días con ellos». Por ello, cada vez que no puede hacerlo «porque ahí el wifi va como va», Hanna «se pone muy nerviosa. Esos días está muy triste, le entra bastante ansiedad y siempre que la veo así imagino si tuviera que mandar yo a mis hijas pequeñas a un sitio donde no conocen el idioma, ni la cultura con una familia desconocida... y se me encoge el corazón», expresa esta pareja.

Por eso no dudan en animar al resto de familias a que participen en el programa porque «estos niños lo necesitan. Porque les supone salir de las altas temperaturas que sufren allí, de la escasez de agua, sin acceso a un médico... Al final solo supone un plato más. Y segundo, porque lo que te aportan es muy bonito. Se crea un vínculo precioso con toda su familia».

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